El asalto al Parlamento

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Desde aquel 24 de enero de 1848 en que José Tadeo Monagas asaltó el Congreso con saldo de varios diputados heridos y uno muerto, jamás imaginamos que ciento sesenta y ocho años después íbamos a repetir en el hemiciclo venezolano un asalto. Ha ocurrido, el pasado domingo hordas pagadas por el gobierno, capitaneadas por el alcalde de Caracas Jorge Rodríguez irrumpieron violentamente en la Asamblea Nacional.

Es otro episodio del fin de la democracia en Venezuela. El eco ha llegado hasta “el fin del mundo”. No hay canal de televisión, prensa o emisora de radio de cualquier continente que no haya narrado aquella embestida. Periodistas y entrevistados han echado mano de la historia para recordar hechos similares. Lo ocurrido en las Cortes Españolas el 23 de febrero de 1981 cuando el Coronel Antonio Tejero con doscientos guardias civiles asaltó el parlamento para ponerle fin a la incipiente democracia española.

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Más próximo se ha recordado la clausura del Congreso Nacional en Perú el 5 de abril de 1992 cuando Alberto Fujimori prácticamente se declaró dictador. El hemiciclo venezolano ha sido escenario de varios actos violentos en la época chavista. Las agresiones contra varios diputados en el entorno al Palacio Legislativo impidiéndoles la entrada, lo sufrido por la diputada María Corina Machado, golpeada salvajemente con la actitud indiferente de Diosdado Cabello. Los golpes sufridos por el diputado Julio Borges a pocas cuadras del Congreso. Más recientemente el diputado oficialista Roa le lanzó un micrófono a otro diputado.

La barbarie del régimen se ha exhibido no solamente en el 2014 con los cuarenta y tres muertos a manos de la policía, militares y los colectivos, sino que ha llegado a las puertas del poder elegido directamente por el pueblo. Jean Jaurés decía que la “violencia es debilidad”. En efecto, cuando el gobierno impide el revocatorio, elecciones de gobernadores, autoridades universitarias, directivas de colegios profesionales, federaciones de estudiantes y sindicatos en todo el país, a través de dictámenes de un poder judicial sumiso, es porque se sabe débil, está perdido, alarga su agonía.

Ha sido este último domingo, un día extraño. Maduro en el exterior sorpresivamente, Aristóbulo no habla, Diosdado dando órdenes a todos los poderes y a los militares, las calles del centro de Caracas en manos de un irresponsable que en vez de ocuparse de los problemas de la capital donde es alcalde, dirige bandas armadas con consecuencias internacionales. En pocas palabras un PSUV a la deriva, sin dirección política. El país en manos de unos desaforados. Y ya los griegos con Seneca decían que “Ningún imperio conquistado o gobernado por la violencia es duradero”. Ciertamente el Nicolato está con el sol en la espalda.

La Asamblea Nacional ha instado a la nación, a la Fuerza Armada Nacional, al restablecimiento del estado de derecho. Al pueblo todo no le queda sino la calle, hasta que repiquen las campanas anunciando libertad.

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