Fulano, zutano y mengano militaban en el partido de gobierno. Participaron en las intrigas y manejos oscuros para perpetuar al régimen en el poder. Interpretaron leyes. Inventaron delitos. Colaboraron para que el poder de la policía se hiciera independiente de los controles judiciales. En la terminología que usaban “custodia de protección” significaba la detención, sin revisión judicial, de adversarios reales y potenciales del régimen. Los prisioneros detenidos en esos términos, no eran confinados dentro de prisiones normales.
Fulano está enterrado junto a su esposa, pero su nombre no aparece en la tumba. Fue una decisión familiar la de borrar el nombre del hombre cuyas acciones avergüenzan a todos. Había estado en el ejército, donde alcanzó el rango de teniente. Vivió en Rusia donde simpatizó con los bolcheviques. Fulano, como juez, hizo todo lo posible por ganar el favor del líder. Apresó jóvenes por razones tan nimias como que repartían panfletos en contra de la violencia. “Criminales precoces juveniles”, los llamaba. A muchos los mandó a matar sin que le temblara el pulso. El odio era su motor. Más que la codicia. Deseaba el poder y finalmente logró que lo nombraran juez en la Corte del Pueblo.
Zutano tenía como objetivo transformar la carrera judicial mediante la instalación de hombres leales al partido en posiciones de liderazgo dentro del poder judicial. Se dedicó a poner en práctica estas ideas, insistiendo en que todos los jueces tenían que ser «100% del partido» y además gozar de la confianza de los funcionarios del partido. Cuando este no era el caso, los jueces enfrentaban destitución sumaria.
Mengano «por su forma y métodos hizo de su corte un instrumento de terror y ganó el miedo y el odio de la población”. A partir de las evidencias de sus colaboradores más cercanos, así como de sus víctimas, se sabe que representó la personificación del secreto, la intriga y la crueldad. Fue un hombre sádico y malo. Bajo cualquier sistema judicial civilizado podría haber sido sometido a juicio penal y destituido y condenado por prevaricación a causa de la maldad intrigante con la que administraba la injusticia.
¿Sus nombres? Roland Freisler, Curt Rothenberger y Oswald Rothaug, jueces nazis. Como dirían los judíos, “a todo cochino le llega su sábado”.