Puede ser que más nunca regrese
La tarea de los que escriben es hacer un alto en cada recodo del camino, aprovechar la oportunidad y deshacer el universo en ese vértigo sin fondo que se llama tiempo, no pierde la maña de trazar versos – a lo mejor- para el olvido, observa y va creando, mientras los demás pasan de largo sin prestar atención al retoño de la calzada, a la hoja que gime cuando del árbol cae ni al revuelo de las abejas alrededor de la dulcísima ambrosía. Cada día observa el imparable oleaje de los que madrugan a buscar comida para llevar a la familia haciendo la cola de costumbre, unos llenos de temores contando los devaluados billetes, otros mientras esperan piensan, hablan por teléfono, leen o se dedican a hacer crucigramas, hay muchos que se mantienen con la mirada perdida en el negro horizonte, estos son los que perciben la esperanza como una sombra vaga, sin ancla ni reintegro…
De lucha en lucha va el ser humano hilvanando sus caminos, sus estelas va dejando hasta perderse en la distancia, revolotea como alcatraz jugando, asciende y desciende sobre la marcha, conquista el vuelo, navega en la historia, se involucra, escribe la suya, es incansable en la búsqueda de la felicidad que no ve aunque la tenga al lado; todo en él es una lucha que librará hasta que su sangre se apague en los rescoldos de la vida.
Su memoria trabaja hasta la vejez, siempre está edificando con despojos de viejas batallas, de calladas sepulturas. Tiene la fortuna de contar con la imaginación que lo lleva a pasear por mundos fantásticos sin detenerse un minuto; tiene la capacidad de captar y fascinarse al escuchar las palabras de la bruma, pilla en un instante al pícaro ataviado de plumas negras y amarillas que se esconde entre el follaje para cantarle a la vida en su momento de arrullos y de calor, antes que llegue el otoño y se vuelva frío el follaje. Solo quien ha aprendido a observar puede captar el exacto momento en que las hojas tiemblan y no aciertan a suspirar cuando el viento las desparrama sobre el camino de la vida.
En la vida cada uno hace su camino, teje su leyenda, la escribe, la sufre y la goza. A la vez que todos desfilan, el mundo desfila con ellos, cada uno metido en sus labores y tareas con sus creencias, sus principios y valores. Como todo lo que vive y respira también el hombre pasará de moda como las viejas canciones o como a aquellos libros que se envejecen sin hallar lectores. Por eso es necesario aprovechar cada instante, no retirarse del mundo con las manos vacías, continuar sin pausa tejiendo con hebras de amor y de seda hasta el final, sobre la tela de la vida, no importa que esta y sus sueños terminen carcomidos por la polilla del tiempo que no perdona ni da tregua.
Ancha es la luz de la oportunidad, pero hay que encenderla. El hombre cuenta con recursos inagotables, nada el cielo le escatima; es en sus propias luchas donde cada uno hallará expresada la vida entera. Quien se cansa pierde- dice el eslogan del hombre que quiso libertad- al pueblo que le faltó coraje y decisión para salvarse del hambre y la miseria cuya realidad es inocultable hoy a los ojos del mundo. Cambiar es la oportunidad que tiene el hombre de elegir un camino mejor. Como dijo Jesús: “La fe convierte en fácil lo imposible; su espíritu fecundo ilumina lo terrible”. Sin Dios todo estará perdido, con Dios Atila no tendrá la oportunidad de seguir matando de hambre y miseria a su pueblo. La esperanza del pueblo en voz baja su oración recita…