Resistir se ha convertido en el verbo cotidiano de muchos venezolanos. Resistir el asedio del hampa. Resistir la devastación del país. Resistir la sensación de un estómago vacío. Resistir el avance de enfermedades endémicas que los anteriores gobiernos democráticos lograron controlar y erradicar, como el paludismo, la malaria, la difteria. Resistir el veloz empobrecimiento gracias al mantenimiento ya criminal de un modelo económico fracasado de inspiración comunista-colectivista, que supone la eliminación de la iniciativa privada. Resistir la desesperanza y el conformismo ante el blindaje militar e institucional a cualquier atisbo de cambio o disenso. Resistir el deslave humano que entraña la estampida de venezolanos que se van. Resistir a la humillación de la demagogia hecha migaja y envuelta en bolsa plástica.
Un mar de inercia nos conduce flotando, sobre los restos de un naufragio democrático, hacia las corrientes de un abismo separado por dos orillas. En un extremo, una autocracia militar con fachada civil desconoce la voluntad popular y electoral que votó por una mayoría opositora en el Poder Legislativo. En el otro extremo, una Asamblea Nacional intenta ejercer sus funciones ante el sabotaje y asedio del Poder Ejecutivo, que apoyándose en su TSJ, lo desconoce sin ambages y asume sus funciones.
El proceso de validación de voluntades de los días 26,27 y 28 de Octubre, en el marco del referendo revocatorio promovido por la oposición, es acaso un agónico resquicio para el cambio, pero también un firme derecho y de expresión para canalizar el deseo de cambio democrático y electoral, que el gobierno se empeña en bloquear e impedir. La surreal imaginación oficial trama quizá algún artilugio con barniz jurídico para decretar la muerte del revocatorio. Juega, con semejante decisión, si llegara a concretarse, a desencadenar acontecimientos que desvanecerían la ya precaria gobernabilidad del país, y que haría muy difícil para el régimen sostener su agrietada fachada “democrática” en el plano internacional.
Los tiempos de la calle, del hambre y la impotencia de quienes luchan por respirar desde su quehacer individual o familiar ante la asfixia a la libertad que impone sin descanso la élite madurista, son distintos a los tiempos que va planteando la política. La violencia es una sombra que duerme ante el silencio de la justicia. Pero el cansancio de la sociedad puede llegar a ser estridente, y la puede despertar.
Entre el hedor de la corrupción impune, y del saqueo continuado, algo se descompone con olor a desenlace. Ya lo dijo Hannah Arendt: Bajo las condiciones de la tiranía, es más fácil actuar que pensar.
Sí. Huele a tiranía.