Me estoy acordando mucho de un cuñado mío, ya fallecido, pues cuando una de sus hijas, muy pequeña, a todo lo que le proponían contestaba “no”, comentaba: ”Gracias a Dios, porque es muy conveniente que las mujeres sepan decir no”. Sabía lo que decía, pues muy santito no era. Esto me viene a la mente por el “no” colombiano.
Algunas personas, aquí y allá, se han sentido defraudadas, ¡cómo es posible que un pueblo rechace la paz! Un pueblo inteligente puede hacerlo porque sabe perfectamente que sin justicia no hay paz. El precio de ésta no puede ser nunca premiar la injusticia. Para mí, Juan Manuel Santos es más zorro de lo que parece, quería el Premio Nobel de la Paz y lo logró, pero antes se lavó las manos. Hizo un acuerdo en que concedió a los asesinos guerrilleros todo lo que exigían, una amnistía total a la impunidad e incluso, la inclusión no sólo en la vida civil, sino en la política, ¡los narco-guerrilleros al poder! Ante tanto beneplácito, éstos firmaron mansitos, ¡ah, pero el Santos no tan santo tenía una carta en la manga! Ahí estaba el referendo con la pregunta ambigua al pueblo de si quería o no la paz, con el fin de no ser él responsable único del futuro.
Si los colombianos decían sí, era su triunfo aparente, pero mejor si decían no, porque el peso de la responsabilidad pasa a otros. ¡Chapeau, don Juan Manuel Pilato!
No puedo negar que me regocijó inmensamente ese porrazo para los hermanitos de la isla. Allí se tramitó todo y no veo por qué, pues no era territorio neutral. Es como si se juzgara a los presos en un tribunal presidido por los pranes. Bueno, esto puede suceder ahora en Venezuela, país donde cualquier absurdo toma hoy carta de ciudadanía. Sin embargo, hay otros porrazos que me han alegrado también mucho, verbo y gracia, el que en España le dio el PSOE a su secretario general Pedro Sánchez, hoy afortunadamente ex. ¡Que señor tan aberrado! Odio a Rajoy, odio a Rajoy,odio a Rajoy y eso es todo. Interponer lo personal antes que contribuir a la gobernabilidad y la paz del Estado. Mucho he pensado en que alguien le restregara en las narices a los políticos españoles el Pacto de Puntofijo.
¡Ah, pero hay un porrazo máximo! ¡El propio! Lo acaba de dar Francisco al hacernos cardenal a Baltazar Porras. Allá, en el fondo de no sé dónde, ¿cómo le quedó el ojo al ilegítimo difunto? ¿Y cómo les quedó aquí, hoy y ahora, al no menos ilegítimo mandante sucesor y sus secuaces, sobre todo al gobernador andino y los suyos, eternos perseguidores de Porras?
Otro recuerdo me embarga: Elías Pérez Borjas, promotor cultural ya en la eternidad, presidía el Teatro Teresa Carreño en 1985 cuando la primera visita de Juan Pablo II. Allí hubo una gran reunión con el Papa de diversos sectores representativos de país. A Elías te tocó recibir al Pontífice y, sobre todo, tratar con los encargados de la logística de la visita, uno y principal, el joven sacerdote Baltazar Porras. Él me dijo después: “Pónganle atención a ese curita, que llegará lejos” ¡Y llegó! ¡Alabado sea Dios!