Los siglos escolares

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Las vacaciones escolares fueron heroicas para los padres y representantes que debieron redoblar sus esfuerzos por hallar comida y medicamentos, cargando con la muchachada en las largas, arriesgadas e infinitas colas. Y es que, para ella, no hubo otra opción que la de recrearse en horas de la madrugada, quizá ayudando a avistar la cercanía de un malandro. Sin embargo, lo peor se aproxima.

De haberlo, no alcanza el dinero para un digno regreso a clases. El equipamiento básico de todo niño que, además, obviamente está en etapa de crecimiento, es difícil y casi imposible: zapatos y uniformes nuevos, útiles infaltables para su desempeño, por no hablar de la visita por siempre postergada al pediatra, oftalmólogo u odontólogo.

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Mantener semanalmente a la prole en el aula, pasa por los gastos de transporte y otros que las vicisitudes del pupitre obligan, aunque existen dos rubros absolutamente insustituibles. Ya no se habla de una adecuada alimentación, sino de la mínima que un poco nutra y fortalezca a los infantes, previniendo las enfermedades; y ya no se habla de la regular vacunación que tan lógica, como masivamente, ocurría en décadas pasadas, sino del hallazgo de antigripales u otros remedios para afrontar los virus de cada día.

El problema no es el del exceso de golosinas, sino del forzado consumo de empanadas que, huérfanas de todo control sanitario, se ofrecen en las calles marcando la desesperada supervivencia de otros, en una cadena estructurada por el régimen. Ni siquiera una cantina escolar es rentable, como poco a poco deja de serlo una fotocopiadora, por más cualquier despacho público obligue a la constante y fácil reivindicación de la identidad por esta vía, a pesar del asombroso califato biométrico en el que nos hemos convertido.

Para el gobierno será fácil resolver que, al iniciarse el año lectivo, no podrán exigirse uniformes, útiles y textos escolares, cortes adecuados de cabellera y, cuidado, si la propia presencia del niño en el salón: por algo, le alivia – exactamente eso – la deserción escolar. Sabe que cada lunes comenzará un siglo en el que tampoco garantiza la seguridad personal y ni siquiera la eficaz interconectividad para suplir los libros de consulta, culminando el viernes para padres y representantes que ya no encuentran qué hacer para criar a los niños, como Dios manda.

@LuisBarraganJ

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