Autores hay cuyo chorro creativo es inagotable, las bisagras narrativas sirven para proyectar y llevar el relato hacia lo mágico; algunos merodean por el campo de la poesía, otros por el del realismo. En ellos está presente la pulsión secreta de su arte; pertenecen a la familia de narradores auto biografiados por la huella del surrealismo. Navegan en el fluir de las palabras, se adentran en territorios que van más allá de lo corriente, viven y hacen vivir al lector el misterio envolvente de su historia.
Los novelistas trágicos dan a sus obras una dinámica de palabras que se suceden en la construcción de un escrito recóndito, misterioso y espeluznante: El viento zumbaba amenazante en los arbustos, arrastrándose sobre las rocas y sobre la hierba seca. Llueve a cántaros. Con su rota piragua el remero se desliza sobre el gran río amotinado y borrascoso, como si lúgubres fantasmas lo empujaran hacia la oscuridad plagada de fúnebres remolinos. Se inclinan las corolas de la esperanza, el agua emite sus lamentos contra los carcomidos palos del viejo muelle abandonado. La muerte acecha, la piragua se hunde, millares de libélulas escriben la vida del final del viaje del barquero, sobre aquel río en el que la parca lo ahoga llevándose su vida en espiral sin pausa ni espera, en el momento preciso, señalado por clepsidras y horologios.
La novela satírica, mordaz, humana, cede el paso alegóricamente a los animales, las plantas u objetos de la naturaleza. Los animales toman la condición humana, demostrando cómo el poder es capaz de modificar drásticamente a las personas. Este tipo de relato se define como una alegoría extendida que se lleva a cabo a lo largo de una historia. Enfatiza más la moraleja de la historia que los detalles narrativos.
Los nuevos escritores han logrado trascender las volubles fronteras políticas. Su paisaje es el de los desposeídos y hambrientos. Cuentistas y novelistas escriben sobre el transcurrir de la vida, de los pueblos tristes, sus agüeros, creencias, soledades y felicidad evaporada en las ollas vacías, cuando no se es más que pellejo, huesos y tristezas. Abren la puerta a un contenido valiosamente vernáculo, propio. Prosa cálida, evocadora y sencilla hacen que el relato de perfil lírico conmueva, impregne el alma del lector y lo entere de la realidad de su denuncia novelesca ante el mundo.
“El niño que venció a la montaña” libro que inspirara el presente artículo, es el relato autobiográfico del escritor José Gerardo Mendoza D. autor y protagonista. Es cuento narrado con ese tinte inocente y bonachón de la vida, de cosas, gentes y lugares que van quedando esfumados en el tiempo pero que se añoran. Los ocios fecundos de este niño, son sus cuadros de costumbres y de principios vividos paso a paso, vasija de arcilla, cuchara de palo, remiendo de vida humilde y de alpargatas, cuya moraleja no pierde la oportunidad de explicar a lo largo de su contenido que -es más difícil alcanzar los logros dentro de una montaña que saliendo a las ciudades donde abundan las oportunidades- Cargar agua, cortar leña, soportar el sol sobre la espalda, muestra sus balances. “El vacío existencial hay que sustituirlo por obligaciones y el ánimo de vivir y hacer”. Su libro no muestra trucos literarios, es suyo, es autóctono, de lenguaje sencillo. Quiso escribir lo que vivió y soñó y lo logró, aprendió que nada es fácil cuando el camino es agreste, que la pobreza no es fácil como tampoco lo es haber tenido la satisfacción de lograr el propósito de su vida.
