Hugo Chávez llegó al poder sobre dos grandes promesas, la de la verdadera democracia llamada participativa, y la de la reivindicación de las clases populares. Tamaña farsa histórica. Hoy, después de casi dos décadas, el supuesto legado revolucionario administrado ahora por Nicolás Maduro se resume en dos palabras: Pobreza y Dictadura.
La pobreza es inocultable por más que escondan y disfracen las estadísticas. Más allá de la escasez y las vergonzosas colas, en Venezuela se devalúa sistemáticamente la moneda empobreciendo de forma constante a la población. No en vano somos el país con la inflación más alta del planeta desde hace años. El precio oficial del dólar flotante pasó de Bs. 50,00 a Bs. 660,00 en apenas tres años, lo que equivale a veinte “viernes negro” juntos y representa un incremento de 1.200%. Esta debacle económica, de la que nadie se responsabiliza, es la causante de los niveles más altos de pobreza en nuestra historia que tiene a la gente hurgando en la basura para comer y a la clase trabajadora sobreviviendo con un ingreso desalarizado que no genera prestaciones y se limita al bono de alimentación. Un modelo esclavista en el que se trabaja solo para poder comer y en el que la única política pública del gobierno es entregar bolsas de comida cual estado de guerra y catástrofe. Arreglar el carro o comprarse uno nuevo son cosas ya impensables en la Venezuela chavista en la que ya es costumbre ver a la gente rebajar por hambre para deleite de un presidente que asume con orgullo su autoría en “la dieta de Maduro”. El caso es que vivimos un proceso de dolarización y liberación de precios, pero sin reactivación económica, lo que hace de este “paquetazo” el más empobrecedor de todos.
Por otro lado, la otrora democracia participativa quedó reducida a la frase: “Mientras haya crisis económica no habrá elecciones”. El voto terminó siendo una concesión y no un derecho, mientras que la democracia se equipara a un gasto suntuoso prescindible. La omisión descarada en cuanto a las elecciones a gobernadores y el sabotaje permanente contra el referendo revocatorio son prueba fehaciente que entramos en una fase dictatorial en la que el régimen decide cuando hay elecciones según su conveniencia y voluntad. Esto sumado al desconocimiento formal de la Asamblea Nacional significa el fin de la democracia en Venezuela, ya que un sistema sin parlamento ni elecciones es tiránico desde cualquier punto de vista. Atrás quedó el argumento de que el chavismo ha ganado no sé cuántas elecciones, y que la soberanía reside en el pueblo como dice la constitución. Nada de eso importa ya, el chavismo es minoría y por eso no se mide más para refugiarse en los fusiles de quienes siguen saqueado el país. Aprobar un presupuesto al margen de la Asamblea y suspender judicialmente el revocatorio será la coronación de Maduro como dictador.
Habrá chavistas que de buena fe crean que Maduro traicionó el legado y que nada de esto es imputable al “comandante supremo”. Se les respeta su opinión. En lo personal estoy convencido que nada es casualidad y que son frutos directos de un modelo que siempre fue autoritario y empobrecedor más allá de los niveles de popularidad de Chávez y la bonanza petrolera que generaron un espejismo coyuntural. Al final el verdadero legado son negocios que benefician a unos pocos y que es lo que Maduro defiende a costa de la democracia y el pueblo. En todo caso “Chávez” terminó siendo pobreza y dictadura, y quién tenga alguna queja que le reclame a su sucesor. Sobre esta premisa tenemos que edificar una nueva narrativa que aterrice en el modelo antagónico, el de la prosperidad en democracia.
El tiempo nos ha dado la razón y la farsa chavista ha quedado develada, esto tiene un gran valor histórico y debe servirnos de motivación para seguir en la lucha, ahora en nombre de esa inmensa mayoría que quiere un cambio. Rescatemos la democracia y reconstruyamos el país
Caso cerrado, el dictamen final lo tiene usted.
JOSÉ IGNACIO GUÉDEZ
Twitter: @chatoguedez