Con la curiosidad propia de quien desea hacer periodismo, Cristina Reni, joven barquisimetana de 27 años de edad y amante de las experiencias gastronómicas, migró a Italia tres años atrás para aprender de la alimentación como un elemento cultural que unifica contexto del mundo. Tomó estudios en Historia y Cultura de la Alimentación y hoy día trabaja junto a reconocidos chef internacionales. Es mano derecha del chef italiano con tres Estrellas Michelin, Massimo Bottura, y responsable de la Osteria Francescana, del proyecto Food For Souls de comedores sociales para indigentes.
Egresó de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) en 2012 como comunicadora social, carrera en la cual conoció su amor por la escritura. Previo a su periplo por Europa, laboró par de años en la extinta revista literaria El Librero, la cual, aseguró, fue “una gran escuela”. No obstante, confesó sentirse, en cierto punto, “alejada de la realidad”.
Al consultarle qué representa en su vida el periodismo, expresó que se trata de “una herramienta versátil, que permite conocer realidades distintas a la propia”.
Aunque su primer encuentro profesional con el periodismo fue netamente literario, el deseo de conocer sobre otras personas y culturas, hizo que se inclinara hacia la gastronomía, tema que abordó en su trabajo de investigación final en la UCAB, dedicado a Barquisimeto y su influencia en la alimentación venezolana.
Para ella “la comida conecta personas” y ha sido esa visión la que ha alimentado sus ganas de viajar por el mundo, para entender lo cultural, histórico y social de cada ingrediente, cada plato, cada compartir gastronómico, más allá de lo esencial.
-¿Cómo fue su encuentro con la historia gastronómica de Italia, siendo de Venezuela?
-Fue de mucho aprendizaje. Fue darme cuenta de que hay un sinfín de tradiciones y preparaciones, que además son muy valoradas por los italianos y esa es su clave como sociedad. La gastronomía varía cada 30 kilómetros, lo que hace que las tradiciones se mantengan; eso pasa en pocas partes del mundo y al llevar esa cultura al exterior, lo hacen con mayor fuerza… Ellos están muy conectados con los procesos de su cocina y con los ingredientes. La comida en Italia es algo de lo que todo el mundo habla. De eso me percaté a mi llegada. Sentí que no era rara, que no era yo la única que lo hacía.
-¿Qué se puede aprender del amor que siente la cultura italiana por los alimentos?
-Creo que todo tiene una parte positiva y otra negativa. Ese amor es bueno, pero también debemos abrirnos a otras culturas y ser capaces de aprender y mezclarnos… Creo que esa capacidad, en la comida venezolana ha sido muy importante, porque de no ser así no existiríamos… Claro que tenemos que aprender a ser orgullosos de lo nuestro y creo que en Venezuela eso se ha entendido. Hay muchos cocineros jóvenes que trabajan sobre ese discurso, pero también debemos estar abiertos ante lo que pasa afuera, compararnos y crecer. Los italianos no se comparan con otros y eso les quita competitividad o apertura a otros sabores… Venezuela ya ha superado ese discurso de apreciación por lo propio. Ahora vamos al siguiente paso, el de la evolución y perfeccionamiento.
-¿Cómo ha sido la experiencia de compartir con afamados chef internacionales?
-De mucha enseñanza. He aprendido el significado de trabajar en la alta cocina, un mundo que en los programas de televisión se ve muy cool y chévere, pero realmente es muy duro. Trabajo en un restaurante, pero no sé si quisiera ser cocinera, porque si yo trabajo varias horas al día, ellos trabajan más que yo. Claro, son trabajos distintos, con valores distintos, pero lo veo como renunciar a una vida normal… Es dar lo mejor todo el tiempo y creer en un proyecto para llegar a la excelencia. Es trabajo duro. Ese ha sido mi aprendizaje.
-¿Esta experiencia le ha permitido ver la gastronomía de una manera distinta?
-Claro. Me ha permitido valorar el origen de las cosas. Con el máster, en particular, entendí que nada es nuevo. Estudiar historia de la alimentación me hace entender que si bien, recientemente, nos hacemos más preguntas sobre la comida, se trata de preparaciones que siempre han existido, y es lindo ver cómo van cambiando, porque la tradición no es fija, cambia constantemente, y porque es así, se mantiene viva… Trabajar en Osteria Francescana también cambió mi vida. Me permitió entender el nivel de compromiso y de creencia que representa tener un restaurante así. Aprender con los distintos cocineros también ha sido gratificante, porque es justamente entender el trabajo detrás de una cocina, de un plato. Cuando conocemos lo que realmente significa una preparación, lo que simboliza, se caen tantos prejuicios; a través de la experiencia vas entendiendo que lo que te sirven al frente viene de un lugar, representa algo y tiene un valor, que no es tan superficial como parece.
-¿Crees que el periodismo gastronómico debería ser más cultural y apreciar aún más el detalle?
-Sí. Creo que eso también está impulsado por la renovada tendencia cultural a la gastronomía y a la cocina. Pero también hay otra visión, como la de Máster Chef, de gritos en la cocina, pero no es así. En la Osteria Francescana, nadie grita. Si tú sabes hacer bien tu trabajo, nadie te gritará. Pasa en la cocina y pasa en cualquier oficina. Se trata del espectáculo versus la realidad… y la realidad es trabajo duro. Eso es lo que debería reflejar el periodismo gastronómico. La cocina es mucha gente, mucho sacrificio, es también la contribución de quien trabaja en la sala sirviendo a los comensales.
-¿Qué representa o cuán complejo es trasmitir a otros el mensaje que lleva un plato?
-En la Osteria Francescana, más que en los altos restaurantes, es una labor importantísima, porque al transmitir el mensaje del plato, se busca que los comensales comprendan de qué se trata y que se sientan como en casa… Son comedores sociales, donde los comensales son indigentes, lo que hace aún más difícil nuestra labor. Son personas que además de que no comen normalmente, desconfían de todo y de todos.
-¿Aprecia la comida como un instrumento que permite acercarse al otro?
-En el proyecto Food For Souls, en los refectorios, la comida es la puerta de entrada. La gente viene por la comida, pero al entrar al lugar también se encuentran con un espacio bonito, con obras de arte, donde se sienten bien atendidos por una persona que les habla, cuando nadie más lo hace porque son indigentes… La comida puede parecer superficial, pero no lo es, porque está completamente conectada con lo que somos.
-¿Qué destaca como lo más loable de estos refectorios, que hace que marquen la diferencia?
-Ahora tenemos un refectorio en Milán y en Boloña (Italia) y otro en Río de Janeiro (Brasil). He trabajado con los tres y nuestro papel es ir, conseguir los espacios, permisos, obras de los artistas, las mesas, sillas, cubiertos y otros, para abrirlos y servir a las personas. Lo importante es enseñarle al equipo que se encargará del lugar, junto con los cocineros invitados, a trabajar con excedentes de alimentos que otros botarían. El objetivo es preparar comida deliciosa, súper casera, pero buena… Mi experiencia en los tres ha sido muy distinta, porque en Milán, ciudad grande, atendemos a personas que tuvieron una familia o una casa y la perdieron por una mala decisión, y en Río de Janeiro, nos encontramos con personas que nunca han sido servidas, por lo que la vivencia es totalmente opuesta. El objetivo es devolver la dignidad a esas personas.
-¿Apreciando escenarios tan opuestos, y el de Río de Janeiro más cercano o, quizás, parecido al de Venezuela, qué representó conocer la indigencia de cerca?
-Creo que la indigencia de Brasil tiene mucha más similitud con la de Venezuela, quizás porque culturalmente somos muy parecidos. Pero es sorprendente ver cualquier tipo de indigencia y me pasa no sólo como venezolana, sino porque es sorprendente ver cuán ajenos somos a esa realidad.
-¿Cree que un proyecto como este podría implantarse en Venezuela?
-El problema es que actualmente en Venezuela no hay excedentes. El manejo de los alimentos es muy distinto al de otros países y el objetivo de este proyecto es ir a lugares donde haya excedentes e ilustrar a las personas sobre lo que no se debería botar, para que lo donen a gente que lo necesita… En este momento no es posible, pero a un futuro nos encantaría.
-¿El termino `reutilizar´, tiene un valor particular para este proyecto, más allá de preparar comida con excedentes alimenticios?
-Sí. El proyecto no es sólo dar comida, sino también brindar agradables espacios. Normalmente tomamos lugares abandonados o peligrosos. El mensaje es que en vez de dejar espacios vacíos, los tomemos en acuerdos con las comunidades y el gobierno, para recuperarlos. Pero todo esto se hace para recuperar la dignidad de las personas, que es lo más importante… Se trata de cambiar y recuperar, porque todo está escaseando.
-¿De ese éxito de los comedores sociales, qué aprende como venezolana?
-Creo que lo primero es valorar la comunidad. Ir a estos lugares del mundo y ver cómo las personas tienen sed de cambio, es lo que más nos llena… Hay gente que quiere mantener el proyecto en sus comunidades y al ver eso, nos damos cuenta de que es posible que otros se involucren, que haya cambio y participación… Pienso que en Venezuela hemos dejado los espacios abandonados. Quizás pensemos que por falta de tiempo o por otras prioridades, pero eso hace que cada vez perdamos más espacios.
-¿Migró a Italia tres años atrás, qué añora de Venezuela?
-Además de mi familia, el suero cremoso… En mi casa intento cocinar venezolano, cocino arepa. Ahorita que estuve en Venezuela fui al restaurante de Carlos García con mis papás y mi hermana y fue muy lindo. Amo estar aquí y que me cocine mi mamá; compartir en familia es muy valioso.
-¿Con base en el sentido cultural de la comida, qué significó volver a ver a su familia y sentarse con ellos en la mesa?
-No venía desde hace tres años. Siempre he visto la mesa con mucha importancia y desde allá lo vi aún más. Creo que la comida no es sólo comida, sino también experiencias. No sería lo mismo comerme una empanada sola en un rincón, que compartirla… La idea es comerla con mi mamá, mi papá, mi hermana, mis primos. Creo que eso es lo que me hace falta: compartir con los demás… Que un familiar te invite a comerte una arepa, en las circunstancias actuales, tiene mucho significado, tiene un doble valor, porque sabes el sacrificio de encontrar ese producto, cocinarlo y servírtelo. El venezolano sigue siendo solidario y debe seguir siéndolo.
-¿Cuál es la invitación que hace al venezolano, para apreciar la comida?
-Creo que los venezolanos no deberían centrar sus vidas en los precios, en hablar sobre lo que cuesta algo. El verdadero valor está en compartir. Más allá de los miles que cueste una harina, la arepa tiene mucho más significado si te la comes y las compartes con una persona al lado. Los precios son los precios, pero no nos olvidemos del valor de las cosas.