“Una imagen dice más que mil palabras”. Y, en efecto, hay fotos que sacuden nuestra sensibilidad, porque reflejan la dramática situación de un pueblo humillado por las penurias del hambre. Es lo que nos viene ocurriendo a todos cuando vemos fotografías de nuestros compatriotas comiendo directamente lo que encuentran en las negras bolsas de la basura. Imágenes de compatriotas que se lanzan sobre las compactadoras a buscar algún alimento que llevar a su hogar. De los vertederos convertidos en centros de recolección de alimentos, que son reciclados en las moradas de quienes sobrepasaron todos los límites de las privaciones hasta llegar a esta abyección, sufrida por una sociedad que ha tenido la desafortunada experiencia de padecer este bodrio que mientan “socialismo del siglo XXI”.
Cada foto resulta más conmovedora que la anterior. Ocurre aquí, allá y acullá, pero la más patética publicación de este álbum de la ignominia fue justo el día del cierre de la cumbre de los no alineados. En ese jolgorio comunista se congregó la crema y nata de las satrapías más añejas y represivas del planeta, esas que sólo quieren matar de hambre y sumir en la miseria a sus habitantes, mientras sus cúpulas disfrutan como emperadores de las mieles del poder. Tal cual el “socialismo” impuesto a los venezolanos, que después de 17 años y billones de dólares dilapidados en la sentina de la corrupción, lo único que ha crecido hasta lo intolerable es el hambre, la miseria, la violencia y las cuentas bancarias de la élite enchufada…
Al ver a nuestros compatriotas retratados hurgando en la basura uno se pregunta: ¿qué podrán conseguir en unos desperdicios desechados por otros, igualmente espoleados por el régimen madurista? Menos que bagazos es lo que encontrarán en los residuos de otros. Si desolador es lo que vemos en unas fotografías, imagínense lo que sentirán quienes se ven impelidos a manosear, oler y hasta comer de la inmundicia.
Esa es pues la imagen de nuestra Venezuela sumergida en el “socialismo del siglo XXI”, que no pasa inadvertida para la opinión pública internacional, que gracias a la globalización mediática puede apreciar -en tiempo real- el calvario por el que transita la vida de los condenados de esta tierra donde la cúpula castrocomunista-madurista se ha empeñado en imponer un modelo político y económico que nos condena a la miseria. Por cierto, con la asesoría del economista español de Podemos, Serrano Mancilla, al que nadie contrataría en el viejo continente ni como aseador de un baño público.
Pero es que en el mundo socialista de los ciegos el tuerto es rey, y aquí, en esta capital tercermundista, el Serrano de España manda más que un dinamo, a unos eunucos que lo admiran y obedecen en todo, incluso cuando humillan y hambrean a una población, que también ve morir a sus recién nacidos por falta de medicamentos y atención oportuna. Como parte de la tragedia, somos testigos de cómo sufren enfermos y ancianos, sin que se observe ninguna reacción por parte de la cúpula Psuveca, que dilapida el tesoro público en cumbres inútiles, en campamentos de aplaudidores, en contratar a artistas para que diviertan a colectivos violentos y portátiles, que trasladan de un lado para otro, con cargo al presupuesto nacional.
Hoy, además de este álbum de la ignominia reflejado en las gráficas de miles de compatriotas hurgando en la basura, esta vapuleada Venezuela aparece en el imaginario planetario como una cola interminable, que busca cómo alimentarse en medio de la miseria, la desidia, la violencia y la obesa cúpula roja que come a toda hora, a diferencia de la mayoría de los venezolanos, que en el mejor de los casos, lo hace dos veces al día.
