Gracias a José Gerardo Mendoza por el obsequio de su libro “El niño que venció a la montaña”.
Mientras haya esplendor en la mente, apremia la oportunidad de escribir. El otoño es la estación dorada de la vida, época en que como los árboles vamos dejando sobre el camino aprendizajes y sabidurías.
Cada libro que llega a mí, de manos directas de su autor es un halago y la invitación de opinar sobre su cuento o novela. Cuando abro un libro, lo hago para consultar o para ver el alma de su autor, sus ideas, su vida, sus sueños, su esperanza y capacidad narrativa.
Sobre las páginas de las novelas han suspirado y llorado generaciones enteras. Cuadros de la naturaleza y de sus costumbres trazan algunos novelistas con toques poéticos, de genuino colorido romántico. Hay las que a pesar del desteñir de sus páginas en el tiempo y la memoria, sacuden su polvo y vuelven a la vida adaptadas al tiempo por la tecnología. Generosos encomiadores de las glorias nacionales salvan del olvido a héroes y acontecimientos patrióticos.
Los costumbristas son novelistas incomparables por la fluidez de su prosa, su espontaneidad, su finura, lo inofensivo de su ingenio, lo diverso de sus facultades y simpatía que emanan de todas sus obras. Lo mismo pasa con las novelas románticas en las que el escritor sabe volcar sobre hojas de papel el amor de mil maneras:
–Imaginé su sombra sobre aquel mármol frío en el que la calidez era apenas un espejismo. Todavía el recuerdo se retuerce en mi interior, sediento de aquel amor perdido en los ásperos caminos del tiempo que insiste, en dispararme recuerdos, en herir mi memoria, en matarme de nostalgias…
–Te dejo la ventana abierta para que entres cuando llegues si es que llegas, para perderme contigo en el enigma de la selva y verde profundo de mis edredones. Qué más da si estás muerto o estás vivo, si te siento aquí muy dentro, cada vez que pienso en ti.
Paisajes y costumbres toma el escritor directamente del ambiente que traslada al papel en su realismo original. Los cuadros de costumbres no se inventan, se copian como el principal mérito de una novela. El escritor compone novelas en los que su vida narrada puede ser un caballo cuya trama es el hilo con que cose el autor los diversos cuadros de las costumbres que integran su obra. Naturalidad, precisión y gracejo son la muestra del conocimiento del ambiente en general y sus detalles uno a uno, escrito en lenguaje rico y matizado, de manera tan natural que obligan el lector a ponerse en los cascos del caballo y a pensar como tal.
Desde el punto de vista cuantitativo el costumbrismo dejó en nuestras letras latinas ancha zona de cultivo intenso, rico, destacado. Cuando nos ponemos ante un libro sobresalen sus paisajes, horizontes, cumbres, bellezas y alegrías que evoca el corazón, abrillantados en el recuerdo. Apaciguados y nostálgicos son algunos escritores, casi bucólicos, aunque el diablo menea su cola de vez en cuando por entre cuentos y novelas.
Novelistas hay que son remendadores de odios, pretexto que utilizan para sacarse el clavo que los mortifica igual que sus inquinas personales inocultables en cada párrafo, cuya voz revive momentos de paz, de pobreza, de guerra, de odio o de violencia.
Fabulosos novelistas hay que destacan en sus obras la historia de hombres cuyo poder desvela su ignominia y perversión, dejando al final en ellos los aniquiladores efectos de su odio, sus maldades y sus miedos.
Continúa la próxima semana.