Todos saben que Venezuela ya está transitando hacia una nueva etapa, la incógnita es qué forma adquirirá ésta y en qué momento será palpable en toda su extensión. El país subsidiado ha llegado a su fin, ese en el que la principal fuente de riqueza para el sector empresarial era el acceso a dólares preferenciales, el mismo que permitió a muchas persona naturales hacerse con algo de liquidez en moneda extranjera gracias a prácticas que flotan en zonas grises entre lo legítimo y lo ilegal, como también era el país de los bienes y servicios en general a precios menores que los de los mercados internacionales. Esa etapa ya se ha cerrado, al menos por ahora. La misma duró tanto como el chavismo con su líder máximo en pleno apogeo.
En este momento el país no termina de entrar en una nueva etapa, las razones son diversas, pero tal vez la principal sea porque aún hay actores que saben que el único medio en el que pueden mantener su status quo es el actual. La aristocracia se oponía a entrar a la era industrial pues era un mundo desconocido para ellos, y al no adaptarse más pronto que tarde perecieron, los caudillos fueron pereciendo como figuras dominantes de la política frente a figuras más acordes con un sistema democrático moderno en nuestro país, y en América Latina en general. Lo mismo ocurrirá en Venezuela en los años por venir, quienes sepan hacer la lectura correcta de los tiempos por venir podrán abrirse camino en las condiciones que el contexto imponga.
El contexto que predomine aún se desconoce, tal vez sea el de una país convertido en mina en el que las empresas trasnacionales exploten todos los recursos naturales, mientras entregan a un Estado totalitario su tajada para que siga sometiendo a un pueblo, siendo quienes logren aprovechar ese contexto los grupitos vinculados a esas trasnacionales y obviamente al Estado; casos como estos sobran en África. Pero hay escenarios alternativos, como por ejemplo uno en el que Venezuela a pesar de los contratiempos le abre paso a la modernidad, en el que la Democracia logra resistir todas las vejaciones a las que ha sido sometida, y en el que el profesionalismo y el mérito lleguen a ser valores que orienten la actividad privada y pública.
El primer escenario puede lucir más probable si se observan las circunstancias actuales, pero un don humano es la capacidad de ver, y aspirar, a realidades distintas a las que le toca vivir en un momento determinado. No cabe duda que la gran apuesta en Venezuela debe ser la segunda, y la razón no es filosófica, es tan pragmática y simple como es el hecho que hoy la gran mayoría de los venezolanos quiere y confía en que otra realidad es posible. El único obstáculo que se interpone entre uno y otro escenario es una minoría que le tiene pánico al cambio porque intuye que perderá sus privilegios. Nada está escrito, y eso lo saben quienes tratan de impedir el cambio, su principal arma es convencer a quienes quieren un cambio que nada cambiará, depende de cada quien creerlo o no.