¿Cuánto sacrificio costo a las fuerzas democráticas chilenas enfrentar el desafío de derrotar al sátrapa Pinochet en el plebiscito de 1988, tras 15 años de dictadura? Pinochet confiaba en que su control político y social, el miedo desatado mediante el terrorismo de Estado, le daría el triunfo. No pocos opositores radicales denunciaban que participar era caer en una “trampa cazabobos” porque “es imposible ganarles con tanto abuso y ventajismo”. Pero la mayoría democrática chilena decidió enfrentar los obstáculos y luchar sin rendirse. Nada de abstencionismo…
La Concertación Democrática se montó en el desafío. Unas pocas condiciones logradas les permitían actuar legalmente en un comando por el NO. Pinochet disponía de todo. El Ministerio del Interior -bajo el mando de un militar- fue quien condujo el proceso electoral y totalizó los votos.
No obstante, la dirigencia política hizo su trabajo, tras soportar mucha represión, trazando una ruta democrática y el pueblo también hizo el suyo, al salir con coraje al votar masivamente por el NO. No cayeron en la provocación de la violencia donde habrían sido derrotados por Pinochet. El dictador trató de desconocer el resultado, pero la fractura en la Fuerza Armada y su debilidad popular se lo impidió. Fin de la dictadura.
¿Y en Polonia? Imagine usted el enorme desafío que supuso para los luchadores de Solidarnosc –Solidaridad- en su mayoría trabajadores de las industrias junto a unos cuantos intelectuales, luchar por imponer un sindicato independiente, que en el “gobierno de la clase obrera” era ilegal.
Persecuciones, amenazas, despidos -como los de Sidor, Corpoelec, Seniat-, encarcelamientos. Hubo huelgas, incluso huelga general, aguantaron represión. Walesa y los otros líderes de Solidaridad fueron despedidos de los astilleros y otras industrias. En otra ocasión fue encarcelado un año y luego liberado. No hay que olvidar que además de un gobierno totalitario y dictatorial, Polonia era parte del llamado Pacto de Varsovia con dominio militar y ocupación de la URSS.
El gobierno comunista cada vez tenía menos apoyo popular. Los jefes militares fueron colocados al frente del gobierno. La lucha popular crecía aunque no faltaban los sembradores de derrotismo que aseguraban: “no se podrá vencer salvo en una guerra porque los comunistas nunca cederán el poder”. Pero Walesa y los luchadores de Solidaridad no cedieron ante los sabihondos. Entre carcelazos, atropellos de todo tipo, represión, nunca se salieron de su norte: conquistar el voto para lograr el cambio. Su casi único aliado era la Iglesia en un país de enorme tradición católica. El polaco Wojtila se convirtió en Papa: Juan Pablo II. El gobierno militar debilitado, se vio forzado a negociar. ¡El general Jaruzelski, dictador comunista, fue hasta el Vaticano a dialogar con Juan Pablo! Fin de mundo. No faltaron los duros de cafetín -en esos tiempos no había internet ni redes sociales- que lanzaron rumores de sospecha de traición porque “¿quién puede negociar o dialogar nada con comunistas?”
Pues bien, la lucha perseverante logró que en 1988 -antes de la caída del muro de Berlín- el gobierno comunista se viera forzado a aceptar algunos cambios. En 1989 Solidaridad fue legalizada y ese año se convocaron elecciones parlamentarias. Los circuitos electorales fueron organizados para que el partido comunista y sus militares lograran mayoría aún con menos votos. Pero el triunfo de Solidaridad fue tan abrumador que la cosa fue al revés. Los cambios fueron indetenibles. Luego Walesa fue jefe de gobierno. Con lucha, con sacrificios, sin cansarse, a veces dialogando y con votos…
Dos casos pues que aquí apenas esbozamos. Dos dictaduras brutales semejantes. Una de extrema derecha militarista. La otra comunista y también militarista. Ambas derrotadas. ¡Claro que se puede!