“Alguna vez alguien tendrá que hacer un estudio literario de este género tan suyo, lleno de conceptos filosóficos e hilvanados con puntadas de poesía”. Expresión del escritor Claudio Beauvrin acerca del tema “Después del tiempo”, publicado el sábado pasado.
La mente de un escritor sin egoísmos es capaz de valorar el trabajo de otros enalteciendo el estilo y manera propia de escribir. En la normativa de la escritura una sola luz no es esplendor; dos abrillantan con mayor intensidad la idea expresada sobre hojas de papel.
La vida es un jardín, lo que sembremos en ella eso nos devolverá. Cada escrito, cada frase, cada palabra es la simiente que vamos dejando regada sobre el camino de la vida, simiente que con uno solo que la recoja no habrá sido en vano la siembra. Quien escriba tiene que sembrar hondo, muy hondo para que las tormentas no desfloren el rosal de sus ideas.
La razón de los temas indiscutiblemente es creación absoluta y libre de su creador; en mucho, es el reflejo de lo que piensa, de lo que capta, de lo que siente y de lo que ocurre en la época que vive.
Quien escribe lo hace porque le gusta. En todas las épocas el significado de la vida ha sido siempre la meta del pensamiento humano. Todo lo que ponga en el papel un escritor está influenciado por su fuerza interior. Sobre hojas de papel va abriendo caminos. Inventa, crece, experimenta, se equivoca, corrige, regresa, avanza, paso a paso amplia la senda desde el lejano horizonte hasta la yerba temblorosa y humilde que en tiempo de sequía abruma el incierto porvenir de la patria, para colmo plena de miseria y de hambre…
Escribir es filosofar, es analizar, tener la percepción de escuchar la armonía y música de los astros, es meterse de cabeza a vivir igual lo horrendo como lo sublime sin enloquecerse, comprenderlo llevarlo a un poema, matizarlo de colores, de música y encantos que a pesar de lo rudo, pueda lograr que un lector reflexione, piense y sonría. Escribir es más que una hoja de papel, una pluma y una idea: Es ser capaz de hundir la mirada en las grandes sombras del vacío sin sentir miedo ni vértigo, es dejar que la esperanza apadrine los sueños, es poder desvanecerse en el tiempo, sembrar capullos de porvenir en huertos de la literatura, describir el calendario de una rosa otoñal, hacer del mundo un jardín cubierto de arreboles, libre de odios y de políticos, de mentiras, de prisiones y ladrones de libertades; que ardan más allá de la mirada los ígneos resplandores del crepúsculo, anunciador de la llegada del tiempo que oscurece, que vence y se termina; escribir es salirse de lo rutinario, de lo terrorífico, de lo estresante, es invitar a quien lee a darse una vueltica por los caminos del infierno de Dante o por el de los deseos del Fausto de Goethe, recorrerlos y salir airosos, sonrientes, fortalecidos con la fe del que sabe que entrar al infierno no obliga a quemarse, que la tentación en un momento de debilidad puede llevarnos al cielo o al infierno.
Triunfar y estar contento con lo que se hace es audacia, es amor y voluntad que nos conduce a aliviar la cruz pesada de otros, no a llevarla sobre nuestros hombros que ya cargan con la suya.
Los conceptos filosóficos hilvanados con puntadas de poesía son el resultado de querer hacer algo diferente, algo que en lo rudo del desierto de la rutina diaria aplaque la sed de los que viven preocupados. Quisiera a través de mis escritos entretener y hacer olvidar aunque sea por un instante miedos, rutinas y hastíos…
