Cuerpos destrozados, charcos de sangre y hospitales desbordados. En la ciudad siria de Alepo (norte), los barrios rebeldes viven escenas apocalípticas, bombardeados sin cesar por los aviones de las fuerzas gubernamentales sirias y sus aliados rusos.
En uno de los últimos hospitales que quedan en servicio en la parte rebelde de la segunda ciudad de Siria, los heridos se alinean sobre el suelo, a falta de camas, constató el sábado el corresponsal de la AFP. Dos hombres en la treintena murieron ante sus ojos.
«Los heridos están muriendo ante nuestra impotente mirada», afirmó Ahmad, un médico que pidió el anonimato para él y para su establecimiento, por miedo a ser bombardeado.
En torno a él, hombres y niños gimen de dolor, sobre el suelo manchado de sangre.
«No podemos hacer nada por ellos, sobre todo por aquellos heridos en la cabeza. Nos faltan bolsas de sangre y material de perfusión, necesitamos donantes», explicó el médico.
Sólo quedan tres o cuatro hospitales en el este de Alepo, el área de la ciudad controlada por los rebeldes, sometida a una lluvia de bombas y obuses desde hace varios días. Muy poco como para atender a las decenas de heridos, víctimas de la ofensiva del régimen sirio para recuperar los barrios que se le resisten.
Alepo, clave de la guerra en Siria, que ha dejado ya más de 300.000 muertos, está dividida desde 2012 en una zona este, controlada por los insurgentes, y una parte oeste, bajo control gubernamental.
«Sólo esta mañana hemos recibido 60 heridos», dijo Ahmad a la AFP. «Estamos llevando a cabo un gran número de amputaciones para que puedan sobrevivir, porque no podemos tratarlos» de otro modo, agregó.
La vida arrancada a un bebé
En una de las camas, un niño herido contempla silenciosamente sus manos ensangrentadas y llenas de polvo, una imagen parecida a la del pequeño Omran, aturdido tras haber resultado herido en un bombardeo en Alepo, que dio la vuelta al mundo. Hace una mueca cuando un enfermero le limpia la cara.
El chico acaba de perder a su hermano pequeño, un bebé de apenas unos meses. Su casa, en el barrio de Bab Al Nayrab, ha quedado destruida, constató la AFP.
«Estábamos en casa cuando un misil cayó en nuestra calle», explicó Nizar, el padre.
«La mitad del edificio se derrumbó y nuestro pequeño se dio un golpe en la cabeza. Murió en el momento», continuó, luchando por no romper a llorar frente al pequeño cuerpo cubierto del niño. No quiso que su esposa viera el cadáver por la amplitud de las heridas de la cabeza.