El país encara hoy el arrasador colapso de viejas prácticas paternalistas y clientelares, irresponsabilidad política y económica, militarismo, y abuso de poder hegemónico partidista.
Surge una abrumadora, creciente y diversa mayoría opositora, donde algunos adversan a un individuo, otros a un partido e ideología política, unos borrarían un recuerdo y otros una forma de gobernar. Una ensalada de motivos explica la dificultad en coordinar el remate de una desesperada y desesperante situación.
La maduración y la experiencia llevaron a la dirigencia democrática más representativa a construir una coalición basada en transitar vías pacíficas, constitucionales y electorales para restablecer valores democráticos, desmontar extremismos y reconciliar a la sociedad venezolana.
El compromiso con la vía pacífica tiene cuatro raíces: El rechazo de las mayorías a la violencia política en todas sus formas; que los demócratas son civiles inermes frente a fuerzas partidistas armadas; que ningún dirigente decente está dispuesto a sacrificar otra vida que no sea la suya; y que una intervención castrense abierta podría anular la opción constitucional, electoral y democrática. Una decisiva mayoría no busca cambiar militarismo rojo por blanco, azul, o amarillo.
Tan solo minorías de lado y lado conciben apenas salidas violentas, la emprenden implacables contra la representación civil opositora, y se crispan ante el menor asomo de diálogo.
La coalición cívica unida orienta el perseverante trabajo político de canalizar la enorme fuerza cívica opositora por vías de paz; y apenas exige a las fuerzas armadas que garanticen estrictamente, sin partidismo ni prevaricación amañada, la letra y espíritu de la Constitución vigente.
En esta peligrosa etapa todo lo que no contribuya a una solución se hace parte del problema. Resultan inoportunos y contraproducentes quienes invocan la infantil consigna del que abandona un juego de canicas, diciendo “boto tierrita y no juego más” cuando no protagoniza o las cosas no se hacen a su manera.
El instrumento central de lucha es hoy el referendo revocatorio, pero el compromiso de lucha sin pausa por más libertad y progreso debe ser permanente y a todo evento.
Los estertores del sistema exigen cada vez mayor paciencia, inteligencia, foco estratégico y agilidad táctica. Una inquebrantable presión social, política, internacional y económica es el mejor acicate al fiel apego castrense al dictado constitucional, y hacia el fracaso definitivo de una secta acorralada y en franca bancarrota política, ética, moral, social y económica.
Antonio A. Herrera-Vaillant