Los venezolanos contamos con una historia y una tradición parlamentarias que contrastan con la última década y media, la que se aprovechó de verdades e infamias que ayudaron a la pretensión de liquidar a un órgano independiente del Poder Público.
La rápida reminiscencia contribuirá -de alguna manera- a reivindicar al viejo Congreso de la República en el que, es necesario recordarlo, significativamente se sentaron aquellos que atentaron contra la naciente democracia representativa, gozando de todas las garantías, como las fuerzas leninistas y perezjimenistas.
Medio siglo atrás, el entonces gobierno encabezado por Raúl Leoni planteó e impulsó la llamada reforma tributaria, luego diluida y derrotada que, por cierto, en la perspectiva histórica luce tan tímida y también –convengamos– pareció oportuna y hasta necesaria. Tres circunstancias políticas legitimaron la existencia de la bicameralidad de una amplitud de corrientes que, acaso, dialécticamente, zanjó o dijo zanjar el ulterior bipartidismo.
Además de la propia reforma planteada, por una parte, mostró una diferenciación entre los partidos mismos, leales al sistema, con el gobierno que concursaban o no, como URD, FND, Copei. Apuntemos, al lado de la alianza de aquellas organizaciones definitivamente antipuntofijistas que expresaban las posturas de los abstencionistas y rebeldes que quedaron fuera de toda representación en los comicios de 1963, las hubo discrepantes así coincidiesen –por lo menos– con el espíritu del consabido pacto de estabilización política.
Ante la insistencia gubernamental de imponer la agenda reformista, por otra parte, hubo la respuesta de quienes la adversaban desde el Congreso, pues, un boicot impensable para los gobernantes del siglo XXI hasta ahora conocido, simplemente, emplearon el recurso de no acudir a las sesiones, imposibilitando el quórum reglamentario. Un hecho que arroja una extraordinaria lección, el regreso a sesiones estuvo condicionado a la revisión del gasto público y, camino a la discusión del proyecto de presupuesto anual, fueron intensos y muy publicitados los debates que, incluso, obligó a los más altos funcionarios del Estado a responder a las preguntas de senadores y diputados, dentro o fuera de los hemiciclos, transcurriendo el año de 1966.
Finalmente, fruto de la organización y movilización de una clase media, otrora más compacta, con la modesta variedad interior y anterior a las grandes bonanzas dinerarias, nuevos nombres y bríos surgieron al calor de la polémica, como el de Guillermo Morón y lo que, luego, se conoció como el Movimiento Desarrollista, enemigos de la reforma. Por cierto, queda acá como un indicio de resistencia de determinados sectores sociales a abandonar el sempiterno rentismo de nuestros tormentos, en una evaluación histórica, sociológica y politológica que todavía está pendiente.