Resulta fácil entender por qué a Adolfo Álvarez Perera cuando se le llama se le antepone la palabra “Don”. Una rápida mirada a su trabajo bastará para convencer a cualquiera de la importancia de su obra en una ciudad como Carora, donde no abundan las empresas, pero sí los hombres emprendedores. Don Adolfo, es uno de ellos. Ese tratamiento de respeto se lo ha ganado a base de sencillez y bajo una filosofía de vida donde las palabras familia, trabajo, amistad y disciplina mantienen un lazo inquebrantable.
Se le conoce en el ambiente deportivo como el “dueño” del Cardenales, pero han sido diversos los caminos que ha recorrido en su vida laboral. Su inmensa figura se ha paseado por la presidencia de la Federación Nacional de Ganaderos y la Distribuidora Venezolana de Azúcar. Estuvo entre los fundadores del Central Azucarero La Pastora y el Centro de Inseminación Artificial de Carora, lugar donde se terminó de impulsar la ganadería Raza Carora, declarado Patrimonio Nacional. Asimismo ayudó en la materialización del Teatro Alirio Díaz, epicentro actual de la rica cultura tórrense. Y un largo y productivo etcétera.
Su hogar en Carora, ciudad que le vio nacer un 10 de octubre de 1930, fue el lugar de encuentro. Una casona típica de la zona colonial donde pareciera que el tiempo no ha transcurrido. Está llena de fotografías por todos lados. No debe resultar fácil mantener el recuerdo de ocho hijos y 22 nietos que comparte junto a su esposa, doña Magdalena Zubillaga de Álvarez, Doña Nena, para los más cercanos. Nos hace pasar a un salón con un amplio mesón y rodeado de trofeos, libros de historia y matemáticas (dos de sus pasiones), más fotos, un sombrero de la hora loca del matrimonio de una nieta y un busto del General Juan Vicente Gómez, a quien dice admirar porque pacificó al país en una “época de locos” y de alzamientos diarios. “Gómez cometió barbaridades pero casi todos los gobernantes las cometen”.
Don Adolfo se sienta, entrecruza los dedos de sus manos y aún con cierto recelo comienza la conversación reafirmando que es eminentemente caroreño, que vivió una infancia correcta, sabrosa y muy feliz, que su madre murió cuando él apenas tenía 15 años y que a los 18 su papá le entregó la herencia más importante: Le enseñó a trabajar en el campo. La finca “Libertad” le permitió desarrollarse en los trabajos del campo y más tarde en las faenas de dirigente agrícola. Hasta ahora todo bien. Es hora de ir al grano. O mejor dicho, al terreno de juego.
-¿Cómo llega usted al béisbol y más específicamente a comprar a los Cardenales de Lara?
Antes de irme a trabajar jugué para el Torrellas en Carora, era jardinero central y campo corto, buen guante, mal bate. Pero el trabajo me alejó de esa pasión de jugar. La idea del Cardenales vino por circunstancias con Humberto Oropeza. Él, de la noche a la mañana, se enamoró de mi hija mayor Carmen Cristina (Titina), se casaron y deciden venirse de Caracas para Barquisimeto a trabajar con el béisbol. A todas estas, yo le preguntaba cómo iba a mantener a mi hija, porque para mí el béisbol era un deporte y no un negocio. Humberto me contestó que venía de los Estados Unidos donde sí era negocio. Se unió a Luis Antonio (hijo de Don Antonio Herrera Gutiérrez) con un Cardenales ´quebrao´ y lleno de deudas. Le planteé arrendar el equipo a ver cómo nos iba. Ya ellos tenían un negocio con Gustavo Carmona y sus socios. Estuvimos un año juntos y los resultados económicos fueron un desastre. Aquellas reuniones entre mis socios y los de Gustavo eran imposibles, interminables, asistían 20 o 25 personas. Yo le dije a Carmona: “O compras tú o lo hago yo. Al cabo de unos días presenté un cheque de gerencia por 600 mil bolívares para comprar el equipo. Compramos el equipo, nos costó Dios y su santa ayuda sacarlo a flote. El primer año la pérdida fue poca, unos 100 mil o 75 mil bolívares, era manejable. De ahí vino el contrato con Polar y empecé a verle perspectiva al negocio.
-Estamos hablando Don Adolfo, del año 1975, desde esa fecha hasta el primer título en 1991 hubo muchos tragos amargos, incluidas cinco finales que terminaron en derrota, tres de ellas en forma consecutiva. ¿Cómo no perder el ánimo ante tanta adversidad?
Yo soy un empresario que está acostumbrado a que las cosas no son fáciles hacerlas y las arregla el tiempo. Cuando usted está manejando un negocio y le ve perspectiva, usted busca llevarlo hasta el final. Fue un trabajo duro hasta que ganamos el primer campeonato. Cuando un equipo gana las cosas cambian, se vende más publicidad y por lo menos el negocio se sostiene. Este es un negocio donde hay una gran cantidad de personas que viven directa o indirectamente del béisbol.
-¿Qué recuerda de los títulos del Cardenales?
En la 90-91 antes del juego final estaba en Caracas, en una reunión con unos colombianos del azúcar. Salí a las 3 de la tarde en avión para el juego en Barquisimeto. Ganamos y esa fue una alegría muy grande, pero yo no esperaba esa locura en la ciudad. Intenté llegar al hotel de los peloteros pero me lo impidió el río de gente. Me fui a Cabudare, a casa de una hija y me perdí. Lo peor era que a las 6 de la mañana debía estar en el aeropuerto para regresar a una reunión en Caracas. Total, que no dormí esa noche. En el segundo título, la final fue contra los Leones. Yo tenía en la cabeza que nos iban a ganar en Caracas y no fui. Venirse derrotados por esa carretera era muy triste. Me quede íngrimo y solo en mi casa. Cuando el Caracas ganaba 3 a 1 apagué el televisor. Al rato, estando en la hamaca, decidí ver como terminaba la cosa y ya Robert Pérez había empatado con un jonrón. Me fui para el Club Torres y allá estaba William Álvarez (directivo del Cardenales) en las mismas y nos fuimos para Barquisimeto a celebrar. En los otros dos títulos ya estábamos acostumbraditos.
-¿Qué lugar ocupa Cardenales, en cuanto a satisfacción y orgullo, entre sus empresas?
Después de mi finca Libertad, que es mi principal orgullo, sigue Cardenales. Me ha dado muchas satisfacciones así como muchos pesares. Lo más importante para nosotros es que Cardenales es el oasis para la familia. Sirve para que nos entendamos, nos permite unirnos a través del béisbol. Es un negocio muy satisfactorio. Ahora mi nieto Carlos Miguel lleva las riendas del equipo. Era un deseo de todos, es el gerente general. Aunque por ahí digan que las cosas no se heredan, creo en la importancia de traspasarle las cosas a los que vienen. Es muy triste que al morir el empresario, todo muera. Él ha respondido muy bien en su nuevo cargo. Soy partidario de la herencia, pero siempre y cuando funcione. A veces se pone de gerente por capricho a un hijo y no funciona, te daña el negocio.
-¿Cómo fue su relación con los jugadores y los mánager?
Siempre ha sido buena esa relación. En la organización manejamos eso con seriedad y también con humanidad. Esas son las claves. Aparte que hemos tenido un grupo de buenos muchachos. Antonio Castillo era un señor. Igual que Robert Pérez y Luis Sojo. Éste último era indisciplinado pero Domingo Carrasquel hizo un buen trabajo con Sojo. A Domingo le debemos mucho. Él impuso la disciplina en el Cardenales. Recuerdo a Faustino Zabala, Ereú, Manrique, César Tovar, quien nos dio liderazgo como lo hace ahora Carrara.
Don Adolfo sonríe cada vez que termina una frase o un comentario. Es una risa que busca complicidad, casi infantil, pícara. Ya esta en confianza, relajado y no para de mirar fijamente la cámara fotográfica cada vez que esta se activa. Sus manos ahora juegan con la grabadora y muestra su lado más sensible: La familia.
-Sí tiene que dar una definición suya, ¿Qué nos diría? Y ¿Cómo espera ser recordado?
Soy un hombre medio analfabeta, solo estudié hasta segundo año de bachillerato. Soy un autodidacta, me ha tocado hacer cursos y leer mucho. Espero ser recordado como un hombre que quiso su ciudad y que hizo lo que pudo porque este pueblo echara para adelante. Ojala me recuerden con mis virtudes y no con las cosas malas que tenga.
-¿Cuál es el secreto para durar 57 años con la misma persona a su lado?
Paciencia y no ponerle mucho cuidado a la mujer. El hombre que se ponga a pelear con la mujer la lleva perdía de calle. Doña Nena es mi vida, mi paño de lágrimas. No creo que nos vayamos a separar ya. Después de 57 años, ¿para qué? ¿Verdad?
-¿Qué cosas le hacen feliz?
Tener salud y que no haya pleitos en la familia. La gente dice que soy conciliador. A mis 78 años no tengo enemigos, ni tampoco quiero tenerlos. Soy un hombre de paz. Convivir con los amigos y que la familia esté unida. Eso me hace feliz.
Para cerrar caemos en la tentación de buscar un posible titulo para esta entrevista con su respuesta. Sin embargo, al responder nos detiene en seco y nos hace caer en cuenta de su compromiso con los valores bajo los cuales fue criado. También, por primera vez en toda la entrevista, no sonríe al concluir una frase.
-Al final de esta conversación, ¿Cómo lo puedo llamar? ¿Don Adolfo?, ¿Empresario?, ¿Ganadero?, ¿Agricultor?, ¿Hombre de negocios?
Amigo. Lo demás viene después.
Nota: esta entrevista se realizó en septiembre del año 2009