San Pablo pide por escrito al joven Obispo Timoteo que “ante todo se ore en particular por los jefes de Estado y demás autoridades, para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido”. (1 Tm 2, 1-2)
Pero… ¿qué querrá Dios respecto de las situaciones de conflicto y abusos que vivimos? ¿Cómo llegar a tener una vida tranquila y en paz?
Pueda que nos pida esto: “Quiero, pues, que los hombres, libres de odios y divisiones, hagan oración dondequiera que se encuentren, levantando al cielo sus manos puras”. (1 Tm 2, 8)
Pueda que nos diga lo que advirtió al Pueblo de Israel en tiempos de Salomón: “Si Yo cierro el cielo para que no llueva, si Yo mando a la langosta devorar la tierra, o envío la peste contra mi pueblo. Y mi pueblo se humilla, orando y buscando mi rostroy se vuelven de sus malos caminos, Yo –entonces- los oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su Tierra”. (2 Cro 7, 13-14).
¿Qué hacer, entonces, ante situaciones de desabastecimiento y de hambre, de enfermedades y falta de medicinas, de violencias y abusos, de conflictos y guerras, de injusticias y persecuciones? Dios bien sabe lo que estamos viviendo, ¿correcto? Lo dijo en aquel momento, y podría estar diciéndonos lo ahora mismo: Oren con manos puras, dejen los malos caminos. Humildad para clamar a Dios que es el que puede sanar nuestra Tierra.
No quiere decir que no actuemos, que nos quedemos de brazos caídos, esperando que Dios envíe Ángeles para salvarnos. Podría hacerlo –a veces lo ha hecho- pero no es la manera más frecuente de Dios actuar en estos casos. Dios requiere nuestra acción.
Moisés tuvo que ir a Egipto a enfrentar al Faraón para que dejara salir al Pueblo de Israel. Tuvo que dirigir a más de 2 millones de personas (Num 1, 46-47), entre hombres, mujeres y niños, hasta el Mar Rojo y dar la orden de cruzar cuando se abrieron las aguas. Pero una de las cosas que Moisés más hacía era hablar con Dios y clamar a El. Es decir, Moisés oraba, oraba y oraba.
Pensemos en el episodio de la batalla que dirigía Josué, lugarteniente de Moisés, contra los amalecitas: los israelitas ganaban mientras Moisés mantenía los brazos en alto en oración, y perdían cuando Moisés los bajaba. Tanto así, que otros dos tuvieron que ayudarle a sostener los brazos en alto mientras pedía a Dios el triunfo del ejército de Israel. (Ex 17, 8-14)
Pensemos en la cantidad de veces que Moisés tuvo que interceder por su pueblo ante Dios. Pensemos en la cantidad de veces que Moisés subió al Monte Sinaí para escuchar las instrucciones de Yavé.
Orar era lo más importante que Moisés hacía. Pero no hay que olvidar otra cosa: Moisés era el hombre más humilde del mundo.¡Y eso es literal! Y no lo digo yo. Lo dice la Biblia: “Moisés era un hombre muy humilde.
No había nadie más humilde que él en la faz de la tierra” (Num 12, 3) Entonces Moisés personificaba lo que Dios pide para actuar en casos de conflicto: humildad y oración. Y era así como, guiado por Dios, dirigía al Pueblo de Israel.
El dicho “A Dios rogando y con el mazo dando” es buen consejo. Orar y actuar, las dos cosas.
Pero mejor aún es un consejo similar que suele atribuirse a San Agustín: “Orar como si todo dependiera de Dios y trabajar como si todo dependiera de nosotros”.
¿Por qué Dios permite el triunfo de los malos?