La angustia que nos causa una situación de estrés repetitivo e incesante nos persigue en sueños, en vigilia, y si nos distraemos, nos revolotea en la nuca como un fantasma-vampiro que se alimenta de la poca paz que nos queda.
Así como cuando una vez, hace varios años, sospeché que estaba embarazada y me sumergí en una ansiedad abrumadora por no saber qué iba a pasarme porque no era el mejor momento para tener un bebé, cualquier cosa que viera en la calle, leyera en el periódico, viera en las noticias o escuchara por radio tenía que ver con embarazos. Conocer el resultado negativo y aquellos fantasmas desvanecerse fue prácticamente inmediato.
En este caos que vivimos; en esta tormenta de golpes de hambre y dignidades barridas debajo de la alfombra de la conveniencia; en esta situación, no hay nada ajeno al «tema» que no veamos salpicado del «tema». Ningún rincón está protegido en la cabeza de nuestros niños, ni la paz sagrada de un anciano tampoco.
Vi las cuatro temporadas de «Orange is the New Black», la serie de Netflix acerca de la vida de las reclusas y quienes las resguardan en la prisión de Lietchfield. Al principio me enganchó por su comedia pícara y erótica, sin embargo, luego empecé a notar similitudes entre las diferentes historias de ese contexto y este que estamos viviendo… y ya no me gustó tanto. Me causó una angustia enorme, desazón y desesperanza ver pintado a un Ramos Allup de verbo poderoso pero ejecución nula, a un Vicente Díaz débil y ninguneado por la mafia letal de quienes asen el poder, a gente torturada y mortificada injustamente, a una población que por haber tomado malas decisiones pasa hambre y privaciones que truncan cualquier posibilidad de progreso. No existe un líder verdadero dentro de la oposición dividida por intereses y prioridades mundanas; no hay un Chapulín Colorado que, así sea a los trancazos, ofrezca una solución efectiva. Las que logran ser liberadas vuelven a caer sin remedio en ese círculo de miseria a causa de la falta de recursos, el estigma de un prontuario y fama de malos hábitos. Las pocas veces que se vislumbra una luz al final del túnel, el peso del régimen asfixia y aniquila cualquier intención.
Seguimos pataleando por una bocanada de aire mientras esperamos poder estampar los nombres que espantarán los fantasmas. Mientras tanto, los carceleros comen donas e invaden pisoteando cualquier vestigio de tranquilidad que nos quede durante este purgatorio.
Quedé en una revuelta dentro de los muros con Dayanara apuntando un arma a la cabeza del verdugo regente y de su única posibilidad de vida y futuro.
¿Quién es Dayanara entonces?