De salir a flote, dejar atrás tempestades para surcar aguas más tranquilas, soportar después un inclemente temporal –en Barranquilla- y luego avistar tierra antes de verla alejarse de nuevo (en Mérida), la selección de Venezuela y su timonel Rafael Dudamel afrontan, tras la séptima y octava fecha de eliminatorias al Mundial de Rusia 2018, un escenario complejo: aprender a navegar entre dos aguas y aceptar que el periplo podría tener un nuevo y más lejano destino, el de Catar 2022.
Algo bueno trae la marea, diría un náufrago en una isla solitaria, algo como lo que debe sentirse al ocupar el foso de la tabla con dos puntos de 24 posibles y citas nada cómodas en la agenda más inmediata, ante Uruguay en Montevideo (6 de octubre) y luego contra Brasil en Mérida (10 de octubre).
Dudamel, que no es hombre de falsos discursos pero sí de grandilocuencia, ha avisado, tras la caída 2-0 ante Colombia y el amargo empate 2-2 contra Argentina –en el que estuvo arriba 2-0- que piensa tanto en el plazo más inmediato como en el mediano y el largo. Trabaja hacia el futuro sin despreciar el presente que vive la oncena Vinotinto, eso sí, uno de tránsito doloroso debido a la mala arrancada en la que no tuvo parte.
Alguna vez dijo Jorge Valdano, en ocasión de una visita a Barquisimeto hace casi una década, que la selección vinotinto, por entonces en los últimos días de Richard Páez al frente, necesitaba un seductor. Lo fue, a su modo, César Farías. No lo fue, en lo absoluto, Noel “Chita” Sanvicente. Comienza a serlo, incluso con resultados que lo avalan en categorías menores, un Dudamel que, a diferencia de los dos anteriores, sudó la Vinotinto en grandes citas, a semejanza del primero.
Le toca, por ello, embriagar de ganas y compromiso a quienes aún están en edad de aportarle algo a este ciclo y el venidero, sí, pero además construir un camino sólido, bien planificado, con seguimiento y metas claras, para la generación que viene detrás y que desde ya trabaja en paralelo, en espera de su hora grande.
Si de rendimientos notables en esta cruel doble fecha hay que hablar, no fue poco lo de Dani Hernández, con dos penaltis detenidos incluso, bajo los tres palos. Tampoco el gran regalo para la memoria del golazo de Juan Pablo Añor, imbuido del desparpajo y la ambición que tanto se demanda en estos tiempos aciagos, eso sí, acompañados del nivel requerido para competir a la altura de los rivales.
No menos importante, lo hecho por la llave Salomón Rondón-Josef Martínez, en especial contra Argentina. Otros como Tomás Rincón tuvieron que multiplicarse ante tarjetas rojas, sanciones, espacios vacíos y hasta agotamiento o surgir como opciones eficaces desde el banco, en los casos de José Manuel Velásquez, Mikel Villanueva o Alexander González.
Debutaron Jacobo Kouffaty y Víctor García, aunque para el primero fue con un muy triste “no puede ser” de por medio, al lesionarse sólo tres minutos después de pisar el gramado en suelo andino. Otros se quedaron sin poder mostrar lo que saben hacer esta vez, allí en el banco.
Ojalá el camino que venga, sea con la vista en una remontada hacia Rusia y no sólo con la mirada al horizonte de Catar en 2022, no significa un cansino debate entre capitular y luchar, sino más bien una senda en la que se vea más sinergia que inercia, concordancia entre el discurso y lo que ocurra en la cancha y, sobre todo, respeto y compromiso por los colores que unen, sea en la adversidad o en la algarabía, a unos con otros, más allá de sus diferencias.