El Guaire al Turbio – La palabra

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Es tan importante la palabra que Dios hizo la Creación con ésta: Haya luz;
y hubo luz … (Gen 1, 3 ) La palabra es la segunda persona de la Santísima Trinidad: el Verbo. Dice San Juan: Al principio era el Verbo, / y el Verbo estaba en Dios, / y el Verbo era Dios. / Él estaba al principio en Dios. / Todas las cosas fueron hechas por Él, / y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho… (Jn 1, 1-3). Luego, la palabra es creadora: sin el Verbo, no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En añadidura, Dios Padre nos habla sobre el Verbo: Este es mi Hijo amado, escuchadle (Mar 9, 7) y la Magdalena no reconoce a Cristo en su cuerpo resucitado, sino por la palabra: ¡María! Y ella responde: ¡Rabboni! (cfr. Jn 20, 16)

Del párrafo anterior se desprende la importancia del idioma, hecho de palabras. Cada nación tiene el suyo por medio del cual se entienden sus habitantes entre sí; sin palabras, sería imposible la convivencia. El problema es cuando rebasamos nuestras fronteras y nos encontramos en otros países con otros lenguajes, entonces no nos entendemos a menos que hayamos aprendido algunos de éstos. Esta incomprensión ya la relata la Biblia en la confusión de lenguas provocada por Dios entre los constructores de la Torre de Babel, como castigo por la soberbia pretensión de querer alcanzar el cielo. El cielo no se alcanza con nuestro esfuerzo material de construcción, sino con el alma limpia, dispuesta a obedecer las leyes de Dios y a entregarse en servicio a los demás. Camino sencillo y a la vez arduo, ciertamente, pero el único seguro.

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Con la confusión de Babel, Dios nos alertó sobre la necesidad del mutuo entendimiento de los hombres a través de las palabras. Éstas son joyas del tesoro de la vida, ¡cómo hay que cuidarlas, nutrirlas y salvarlas! Es excelente que nuestro vocabulario se enriquezca con nuevos vocablos provenientes de otros idiomas, pero es deplorable que lo envilezcamos con otros groseros e insultantes. Desgraciadamente está de moda este envilecimiento. Hace poco Rodolfo Izaguirre publicó un artículo sobre el tema y, en cierta forma, me gustaría plagiárselo… a mi manera. Otro escritor y académico habló sobre lo mismo, pero para mí sin autoridad moral, porque lo oí en un foro en la UCAB usar un lenguaje escatológico.

Desgraciadamente, nuestros dirigentes políticos actuales son el ejemplo cabal de la degradación de la palabra. No es de extrañar, porque obedecen a su jefe máximo, también máximo enemigo del Verbo que vino a redimir este mundo de su siniestro imperio. Si él odia la divinidad de la palabra, sus secuaces lo siguen fielmente arrastrando el lenguaje hacia el insulto, la expresión soez, la vulgaridad y la ofensa. Además, lo heredaron del ilegítimo difunto que inauguró ese deprimente y vergonzoso estilo. Era de esperarse: él y sus seguidores no han tenido jamás vergüenza, ni sindéresis, ni caridad, ni compasión, ni misericordia, ni siquiera buenos modales, ni un mínimo de elegancia, sólo una inmensa capacidad para ser patanes.

Pero todo esto termina. Nuestra patria renace. Sus mejores ciudadanos están en pie de lucha. No sólo recuperaremos la libertad, la democracia, la justicia y la paz, sino la dignidad de la palabra. Que los nuevos dirigente de la República de Venezuela sepan usarla para crear belleza, armonía y convivencia.

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