La convocatoria a la ciudadanía a la Toma pacífica de Caracas el primero de septiembre, hecha por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) en defensa del referéndum revocatorio y para que éste se lleve a cabo en el año 2016, fue apoyada ampliamente pues constituía un símbolo claro de un pueblo de pie, comprometido en defensa de la paz, de la justicia, la seguridad y la democracia y la lucha sostenida contra la corrupción, la crisis humanitaria, la criminalidad y la violencia.
Es inocultable el determinante fracaso del modelo político, económico y colectivista adoptado por el fallecido Hugo Chávez y por Nicolás Maduro; son enormes la angustia y la impotencia de los ciudadanos que deben, todos los días, conformarse con lo poco que existe a su alcance y están siendo forzados a tener que dedicar largas horas, a la penosa tarea de hacer colas para tratar de abastecerse de los mínimo e indispensable para vivir.
La continuidad de la inseguridad personal para transitar por las calles, para estar sin sobresalto en el hogar y los secuestros de personas han cobrado en las últimas semanas una nueva dimensión. Cada vez es más común oír hablar de casos de secuestros en los cuales los familiares de la víctima optaron por pagar el rescate sin efectuar la necesaria denuncia policial. Se trata, ni más ni menos, de un doloroso síntoma del miedo, de un miedo que paraliza y que sólo puede ayudar a quienes, desde su sadismo, procuran sumir a la gente en la agraviante condición de mercancía que se cambia por dinero. Es el resultado de la dolorosa verdad de un acelerado deterioro que se ha venido profundizando en los últimos años en la nación venezolana.
Con la llegada de Hugo Chávez al poder el país cambió sus tres pilares de oro -la cultura del trabajo, del esfuerzo y la decencia- por la mendicidad, el facilismo y la corrupción. Desde entonces, hemos venido arrastrando una creciente ola de enfrentamientos estériles, inseguridad jurídica, deterioro de las instituciones, decadencia educativa, ausencia de políticas de Estado y el dramático déficit de una mirada estratégica sobre hacia donde encaminar a Venezuela. Hoy en medio de esto se sigue amenazando con continuar la acción y efecto de expropiar por quienes hasta ahora no han entendido que la inclusión social y equidad en la distribución del ingreso no se alcanzarán ni por asomo con intereses mezquinos, demagogia, populismo e inercia social cómplice.
La democracia venezolana se ha convertido en una autocracia gobernada por una sola persona que, para colmo no conoce lo que es útil y provechoso para el país, lo que significa la productividad, ya que desconoce la eficiencia y la capacidad para producir. Expropiar y bloquear la productividad del campo no sólo significa la ruina de todos los actores ligados al sector, sino también del país. Lo perverso de un régimen como el que tenemos es que necesita de la pobreza y la ignorancia para perpetuarse en el poder.
Aquí la única política de Estado que funciona es la del soborno. El dinero de la nación es usado para favorecer el poder de la autocracia. El autócrata que nos gobierna tiene la psicología del tirano. Generalmente los tiranos no sólo generan enormes prejuicios, sino que terminan autodestruyéndose. En ninguna democracia el oficialismo ha dejado nunca de conversar y escuchar a la oposición.
El problema es que Nicolás Maduro padece de una suerte de esclerosis psicológica que lo aísla del mundo. Hugo Chávez vendió una imagen falsa, de independencia, de capacidad, de vuelo propio. Pero no existe tal cosa, quien dirige hoy el país miente sin pudor al anunciar cosas que nunca se concretarán, como es el caso de los hospitales y tantos otros. Sus desplantes son mezcla de soberbia, ignorancia y elementos histeroides que explican su obsesión por la apariencia. Nos hace quedar pésimo y su imagen en caída arrastra a todos los venezolanos.