Es posible que el hambre haya sido una de las primeras carestías que haya sufrido la humanidad antes de conocer la siniestra práctica del “estraperlo”, término acuñado en España en 1934 para etiquetar al mercado negro y a los negocios fraudulentos. En los primeros tiempos, el hambre pudo haber sido local, convirtiéndose en una amenaza, no solo para la vida de las personas, sino también para su dignidad. La Biblia habla de diez hambrunas atribuidas a la depredación del hombre.
Hasta el siglo XIX, las oleadas de hambre que diezmaban a poblaciones enteras obedecían, por lo general, a causas naturales. Hoy en día casi todos los casos provienen de las luchas por el poder, la represión de determinados grupos, la violación de los derechos humanos y el olvido de la comunidad internacional. Una carencia grave y prolongada de alimentos provoca deterioros orgánicos, pérdida del sentido social, indiferencia y, en algunos casos, crueldad como cuando aparecen los “estraperlistas” que perjudican a los más débiles, en particular, a niños y ancianos.
Fue precisamente el estraperlo, lo que marcó las diferencias sociales y políticas en los países dominados por regímenes dictatoriales, que dividió a esas sociedades en tres categorías: a) Los ganadores, conocidos en la URSS, Cuba y Venezuela como nomenklatura, que pasaron estas épocas sin carencias, bien nutridos, manejando los mejores vehículos y consumiendo buenos alimentos y bebidas; b) los sobrevivientes, aquellos profesionales perdedores de la guerra, impedidos legalmente de ejercer sus profesiones, pero con familiares dentro de la nomenklatura que les ayudaban a cubrir sus necesidades; c) por último, los no sobrevivientes que fueron llenando las calles, hospitales y campos de concentración cuyos cuerpos parecían de cera con barrigas hinchadas producto del hambre y la miseria.
El derecho a una alimentación digna ha sido ratificado por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, art. 25: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado con buena salud y bienestar para sí mismo y para su familia…” La Declaración de Roma de 1966 sobre la Seguridad Alimentaría Mundial y la Declaración de Viena de 1993 sobre los Derechos Humanos establecen: “la alimentación no debe ser usada como un instrumento de presión política ni económica”.
Hoy, cuando vemos como miles de venezolanos cruzan la frontera colombo-venezolana en busca de alimentos y medicinas, nos preguntamos, ¿dónde está la solidaridad internacional?, ¿o es que una supuesta soberanía puede justificar el peligro de muerte para millones de personas?