Hacía un tiempo que las letras no tocaban la puerta de mis dedos. Siempre pujan en mi espíritu, agolpándose en cada grieta de hastío para poder salir y respirar, pero afuera no parece haber aire.
Indira decidió no comer trigo durante la hambruna en la India. Mahatma tomaba agua y nueces, y su rueca giraba a ritmo de solidaridad con su pueblo. He considerado la frugalidad voluntaria como expresión de sentido común al ver a una joven extremadamente delgada y en harapos cruzando la avenida con un bebé famélico dormido sobre su hombro y una niña sucia de la mano. Mis lágrimas arden de vergüenza cada vez que pago diez veces el precio por un antojo sin el cual podría vivir mientras la chica que me limpia la casa no tiene comida para sus tres hijos a pesar de que se parte el lomo trabajando todos los días. Su frugalidad no es voluntaria y la palabra “antojo” no existe en su vocabulario.
Es cierto que nuestra situación de crisis es karmática, producto de un hedonismo y comodidad históricos, de una teta económica que pensábamos infinita, de una fama de ser el país más rico y alegre del mundo, pero es mentira que nadie esté moviendo un dedo para accionar un cambio.
El chantaje internacional es deplorable. El sadismo interno, inaudito. Nuestro nombre a cambio de los derechos humanos vale lo que una bolsa de alimentos que no durará dos semanas. Nos estamos conformando con gatear bajo la mesa de una cúpula maloliente de desvalores para recoger migajas y así sobrevivir otro día.
Ahora no me da la gana de irme. Ahora siento un deseo apremiante de atender las necesidades de mi tierra. Aún no tengo muy claro en qué puedo ser útil; mis pobres dones no llegan a mucho, pero si el lenguaje es la expresión de una cultura, dedicaré cada minuto para que la mía hable claro y en alto.
El alma de este pueblo está herida y en tinieblas. Le hace falta reposo, respiro y luz para sacar la cabeza y mirar por encima de esta profunda tristeza y rabia que nos embargan. Si la poesía es el código del alma, entrego la mía para restañar un poco de sufrimiento.
Agua, nueces y una rueca para abrazarnos y volvernos un bloque de esperanza. El alma del pueblo comienza a gritar que ya no más; falta que nosotros mismos nos escuchemos.