“Nunca podrás devolver la vida a los niños muertos en los hospitales por no tener medicinas, nunca podrás desanudar de tu pueblo tanto sufrimiento, tanta miseria, tanta angustia”. La dura, pero lamentablemente cierta sentencia, es parte de la carta que el secretario general de la OEA, el uruguayo Luis Almagro – militante de la izquierda y los DD HH en su país toda su vida – dirigiera a Maduro a mediados de mayo. Los venezolanos sabemos que es una tragedia humanitaria que estamos viviendo. Jamás habíamos vivido un desastre como este. Todos lo sufrimos al buscar y no encontrar numerosas medicinas, además de conocer testimonios directos de familiares, compañeros de trabajo o vecinos afectados. Dramático lo que viven quienes sufren de enfermedades crónicas, dolencias graves como cáncer, diabetes, VIH, infecciones severas. Los que han perdido hijos – muchos recién nacidos -, madres, hermanos porque no ha habido como atenderlos debidamente en los hospitales públicos e incluso en muchas clínicas, por equipos dañados o porque las medicinas no se consiguen.
Ese es el resultado de años de ruina y desinversión en la salud pública, combinada con las enormes deudas acumuladas por años con proveedores de insumos y medicamentos. Los negocios corruptos de los enchufados en la importación de medicinas y los guisos con Cuba. La misma “guerra económica” del régimen contra la Venezuela industrial, agraria y agroalimentaria que ha destrozado la producción de acero, aluminio, cemento, azúcar, café, harinas de maíz, pollo, carne, leche, productos de higiene y del hogar, con las estatizaciones irresponsables, los ahogos de los controles, el manejo arbitrario y corrupto con las divisas. Así mismo destrozaron el abastecimiento y producción de medicamentos y de equipos médicos necesarios, sus repuestos e insumos.
Lo más indignante, lo que hace hervir la sangre es la actitud espantosamente politiquera -en realidad criminal- de Maduro, quien después de haber causado el desastre y pese a tantas muertes y sufrimiento, niega, bloquea y rechaza todas las propuestas de ayuda humanitaria gestionadas a través de organizaciones de ayuda social de la Iglesia, de la Organización Mundial de la Salud y de la Asamblea Nacional. Las bloquean solo para no admitir que en Venezuela hay una crisis humanitaria. Prefieren que siga el sufrimiento. Esas ayudas humanitarias permitirían en cuestión de semanas la llegada de lotes de medicamentos e insumos para solventar la emergencia, salvar vidas, aliviar a cientos de miles de personas, mientras se implementan políticas para rectificar el desastre económico y de producción, cuyos efectos positivos tardarían algo más; si es que el gobierno inútil, prisionero de sus ideas retrógradas, es capaz de rectificar. Bloquean y declaran inconstitucional, con su tesejota, la ley que aprobó la AN para hacer posible esa ayuda humanitaria. Los inconstitucionales son todos ellos. Y faltos de humanidad.
Hay hambre. No es un decir ni una exageración. Hay hambre como nunca conocimos. Para millones de familias los ingresos no alcanzan. Se necesitan 10 o 12 salarios mínimos para que una familia promedio pueda cubrir la compra de sus alimentos y los otros gastos normales de la cesta básica. Eso es pobreza. Se han vuelto cotidianos los testimonios de amigos, familiares, compañeros de trabajo, vecinos que hacen una sola comida diaria o los adultos sacrifican desayuno o cena para que los niños no pasen hambre. Es terrible, sobre todo en un país que recibió durante más de una década los más altos ingresos petroleros jamás imaginados. Todo despilfarrado. Da vergüenza, pero sobre todo causa indignación. Vivimos una tragedia humanitaria. ¿O no?.