Ciudadanos y servidores públicos

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La declaración reciente de un alto funcionario gubernamental acerca del “derecho a gobernar” que los asistiría, como si de un título de propiedad se tratara, me hizo pensar que no son pocos los compatriotas nuestros que lo ven así. En nuestra historia, la noción del poder como supremacía, como dominio sobre los demás, ha predominado sobre la del poder como servicio. Derecho es el que tiene la gente, la ciudadanía, a ser gobernada. Esto es, servida, atendida, defendida. Y gobernada conforme a derecho. Esto es, por autoridades conscientes de los límites de su poder. Límites en la competencia, el tiempo y el espacio. Límites fijados por el derecho, en lo que se llama Estado de Derecho. Que en la última versión de su evolución, siempre con sentido de progresividad, se denomina Estado Democrático y Social de Derecho y de Justicia o, como lo resume mi amigo el Profesor Meier Echeverría, Estado Democrático de los Derechos Humanos.

La política es servicio. Así que si la política no sirve ¿para qué sirve?
Por eso el optimismo, que es mi defensa personal ante los malos trances y la hostilidad del entorno, se me repotencia cuando encuentro iniciativas cuya misión es para la ciudadanía y para el servicio. Porque la ciudadanía no es pasividad ni contemplación. No es deporte de espectadores. Es actividad, menester. El Libertador, tan mentado y manipulado, dijo alguna vez que ansiaba “ejercer el oficio de simple ciudadano”. No se le dio. Pero es que aún la ciudadanía pura y simple, rasa, es un oficio, una ocupación, una responsabilidad.

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La semana pasada tuve ocasión de apreciar de cerca dos iniciativas estimulantes en el campo formativo. Una proveniente del sector público y otra del sector privado. Una del Ejecutivo Regional de nuestro estado Lara. La otra de la sociedad civil de nuestro vecino y entrañable Portuguesa. Aquí, la Escuela de Gerencia y Gobierno. Allá la Escuela de Líderes. Dos experiencias de carne y hueso que son desmentidos a la predicción, tan negra como falsa, de que olvídate, que en este país no hay nada qué hacer, que esto se lo llevó quien lo trajo. Y otras sentencias desmoralizantes y desmovilizadoras con las cuales los beneficiarios de que todo siga como está, nos quieren convencer de que nos rindamos, porque no vale la pena intentar algo distinto.

En la propia sede de la gobernación, invitado por el gobernador Falcón, visité los espacios dedicados a la Escuela de Gerencia y Gobierno en plena actividad. Personal y participantes se notan con el entusiasmo de quien se sabe dedicado a algo útil, a acercarnos al futuro con seguridad. En Acarigua, gracias a la convocatoria que me hicieran el Ingeniero Pedro Luis Cordero y su equipo, me tocó el honor de dar la lección de clausura a la III Cohorte de la Escuela de Líderes, promovida, estructurada y sostenida por organizaciones no gubernamentales, educadores y personalidades de la región.

En Venezuela tenemos muchos problemas. Problemas graves. Algunos incluso gravísimos. Es verdad, y nuestro compromiso de cambiar las cosas para reordenar las prioridades nacionales con sentido humanista de libertad, progreso y justicia, nace de la inconformidad con el país que somos y el sueño del país que podemos ser. Pero también es cierto que en todas las regiones hay mucha gente, joven y vieja, mujeres y hombres, en el sector público y el privado, en el campo y la ciudad, en todos los sectores, haciendo, creando, construyendo. Esa, como en la canción andaluza, es la gente que me gusta. Con ellos echo mi suerte.

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