El amor, no la guerra, impulsó a una familia afgana a huir de Irán durante la caótica ola migratoria del año pasado a Europa. La suerte los reunió un año más tarde, después que Mahdi Azizi se separó de sus padres y hermanas durante una noche oscura en un bosque turco.
El padre del muchacho estaba en un concierto al aire libre en Suecia hace algunas semanas cuando creyó ver a su hijo. Nader Azizi había sufrido meses de angustia al tratar de averiguar la suerte de Mahdi, sin saber dónde estaba o siquiera si seguía con vida.
«¿Es Mahdi?», dice que se preguntó Azizi, de 36 años, mientras trataba de no perder de vista al joven en la multitud. «Me dije que estaba soñando». Se acercó y gritó el nombre de su hijo. Mahdi se volvió y gritó, «¡Baba!», papá en farsí.
El feliz reencuentro de padre e hijo en el hipódromo de un pequeño pueblo y la cálida acogida de la familia adoptiva sueca de Mahdi constituyen un momento luminoso en medio de la multitud de historias sombrías de la crisis migratoria.
Después de sumarse a las olas de refugiados -en su mayoría sirios, pero también afganos e iraquíes- y de confiar su suerte a traficantes de seres humanos, Mahdi se separó de su familia en Turquía cuando corrían a abordar un camión rumbo a la frontera.
El niño recorrió miles de kilómetros, entregado de un traficante a otro. Logró llegar a Suecia, sin saber que su familia se encontraba en un centro para asilados a menos de 150 kilómetros del hogar que lo había acogido.
«Estaba muy confundido», dijo Mahdi acerca de sus primeros días a solas en el país. «De noche no podía dormir. Lloraba pensando en mi madre».
La madre de Mahdi, Raheleh Azizi, de 34 años, al principio no creyó a su esposo cuando la llamó para decirle que su hijo estaba a salvo y muy cerca.
«Me dijo, ‘he visto a Mahdi, lo he encontrado»’, rememoró. «Le dije, ‘¿has visto a Mahdi? Nader, por favor, no te burles de mí, no bromees con eso’. El me dijo, ‘no es broma, está conmigo en este momento»’.
Se paseó por el cuarto de la familia en el centro para asilados, ni atreverse a creer lo que había escuchado. Entonces, Mahdi llamó a la puerta.
«Nos abrazamos y lloré», dijo Raheleh Azizi, quien huyó de su Afganistán natal con su esposo e hijos porque su familia se oponía a ese matrimonio.