El niño que venció a la montaña

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Esa nube gris que cubría la montaña, la que junto a los árboles no permitía que el sol bañara sus tierras para iluminar con su verdad, la que hacía que los ojos de un niño lloraran al mediodía matando lentamente las pequeñas esperanzas.
Un niño que allá en lo más alto de los Vegones, eminencia que no se consigue en el mapa pero que por referencia se pasea por su poblado más cercano, Volcancito, localidad, asentamiento, caserio o sitio poblado del estado Lara ubicado a aproximádamente 16 kilómetros de Quibor (municipio Jiménez) y 18 kilómetros de Sanare (municipio Andrés Eloy Blanco), a 1.340 metros sobre el nivel del mar, se convirtió en protagonista de una historia real.

Cuento que con la muy inteligente pluma de nuestro colega escritor de estas páginas, José Gerardo Mendoza Durán, usted leerá próximamente en un libro que saldrá a la venta con el título de “El niño que venció a la montaña”.
Historia que hiere los sentimientos de los más humildes soñadores con alegrías reprimidas de la vida, la que le roba el aire a tantos que hoy sufren iguales penas, la que evita que el calor llegue a sus corazones, pero que, al igual que él, pueden encontrar una luz al final del túnel si se proponen a practicar las enseñanzas que Mendoza publica.

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Un niño llevado desde temprana edad por su padre junto a una peonada cualquiera para trabajar la agricultura, sin importarle su forma de vida, la que llevaba como una cruz a cuestas, durmiendo en sacos de café, desprotegido ante los intensos fríos y plagas nocturnas, enfermo o no, con una escardilla al hombro para hacerse hombre, escuela de la vida que además, lo convirtió en generoso aferrado a Dios, que según él, le ha dado más de la cuenta, cubriendo todas las vicisitudes del pasado.

Al igual que James Allen, miró al mundo alrededor, y vio que estaba ensombrecido por pena y arrasado por los fieros fuegos del sufrimiento. Buscó la causa sin hallarla; la buscó dentro de él y a lo largo de la vida la encontró. Hoy mira de nuevo, ahora más profundamente en medio de lo que al principio le fue negado, siendo un próspero empresario que vive cómodo y feliz, sin ver atrás, sin rencor, pero con el propósito de hacerle bien a quien le ha hecho daño.

Halló esa ley, la del amor; la vida de conformidad con esa Ley, la verdad de una mente conquistada y un corazón callado y obediente.
Y soñó con escribir este libro que ayudará a hombres y mujeres, ricos o pobres, ilustrados o iletrados, mundanos o místicos, a encontrar dentro de ellos mismos la fuente de todo el éxito, toda la felicidad, todos los logros, toda la verdad.
Pronto estará en librerías este compendio, que quien lo lea, quizás humedezca sus ojos en los primeros capítulos, pero que terminará con una sonrisa muy agradable. Se lo digo yo, que fui el corrector del texto.

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