Los electores venezolanos no sólo lograron tener un rol protagónico, al lado de los partidos políticos y otras organizaciones democráticas del país, en las elecciones del 6 de diciembre del 2015, cuando sufragaron a favor de las 2/3 partes de la oposición en la Asamblea Nacional, sino que también convencieron a muchos pesimistas de que la lucha pacífica y el voto son las armas más poderosas que tiene la mayoría de la población para derrotar la tendencia autoritaria del gobierno.
De allí que una de las consecuencias que se deriva del triunfo de la mayoría de la oposición en las elecciones del 6 de diciembre, y tal vez una de las de mayor contenido cívico en nuestra historia republicana, es el desarme del espíritu agresivo de algunos de los integrantes de los grupos para policiales que no sólo hirieron a muchos manifestantes pacíficos, en los días previos a la histórica elección, sino que amenazaban con propiciar un conflicto violento de proporciones incalculables en el país.
Millones de militantes democráticos del chavismo, ya se manifiestan convencidos de que han sido engañados con una prédica demagógica y una política fracasada que nos ha llevado a todos los venezolanos a una profunda crisis humanitaria, de escasez de alimentos y medicinas, a una inflación que anula todo los aumentos de sueldos y a una inseguridad que pone en peligro la vida de todos ciudadanos. Incluso algunos que se sintieron estimulados por un discurso excluyente que ha considerado al adversario político como un enemigo al que se ha de destruir, y armados irresponsablemente por algunos altos funcionarios, en la creencia de que obedecerían vertical y ciegamente sus órdenes, trabajadores la mayoría en Alcaldías y Gobernaciones, se sumaron el 6 de diciembre a una multitudinaria concurrencia a las urnas electorales, derrotó pacíficamente la política violenta del madurismo, y celebró el triunfo llamando a la reconciliación de los venezolanos.
Una vez conocidos los resultados electorales debió percibirse una atmósfera política de menor tensión, que debería dar inicio a un desarme mental, y preservarse como expresión de una conducta civilizada de quienes portando, incluso armas de guerra, no deberían sentirse inclinados a utilizarlas contra la ciudadanía que manifiesta pacíficamente. Pero solamente en una democracia avanzada, que perfecciona su funcionamiento en un Estado de Derecho, una parte de la población recibe autorización para portar armamento y emplearlo en defensa de la soberanía nacional, y contra la delincuencia cuando ésta se resiste a atender y reconocer la autoridad legítimamente constituida.
Lo que parece sencillo en la teoría aunque no de fácil aplicación en la práctica, un acto de profundo contenido democrático y pacífico como el realizado el 6 de diciembre pasado, resulta ser parte de un aprendizaje para convivir en un contexto de respeto mutuo y de tolerancia en la expresión de ideas diferentes.
Una disidencia como la expresada por el grupo Marea Socialista, varios ex ministros de Hugo Chávez y algunos generales retirados, llamando a respetar el texto de la Constitución Bolivariana de Venezuela, por la realización de un Referendo Revocatorio del mandato de Nicolás Maduro, es un rechazo a la arbitrariedad y a la violencia política, un NO a la guerra entre los venezolanos, para lo cual hay que avanzar en el desarme mental de quienes militan en los extremos. De allí el llamado de la MUD a una gran marcha el 1º de septiembre, que culmine con la toma pacífica de Caracas, para obligar al CNE a cumplir la Carta Magna y ponerle fecha al Referendo Revocatorio.