Por la puerta del sol – Estados del corazón

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La casa se ha quedado sola, con sus recuerdos, sus nostalgias y viejos calendarios. Cuando se acabe la tiranía regresarán las aves con sus liras y sus sueños, volverán los exiliados, los que se fueron huyendo del hambre y de las garras de la bestia, volverán los cerebros a edificar el sueño que en suspenso se quedara.

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En los linderos de la mesa quedó detenido el tiempo de tantas alegrías, aquel en el que los niños comían y reían a carcajadas por cualquier diablura. Todo se ha dado sin planearlo, los años de la ausencia se han ido acumulando, la erosión del tiempo nos echa encima su polvareda, mientras seguimos perdidos en la casa con el traje de soledad que espera y esperará siempre en la puerta de la casa la vuelta de los hijos…
Cuántos corazones destrozados han quedado del que fue “hogar dulce hogar”. En esta casa que guarda sus luces y sus risas se va haciendo grande el ambiente, como grande se va haciendo el silencio. El tiempo inevitable se desborda y todo inunda soledad. Aferrados quedamos a la casa en la que hasta sus más hondos rincones continúan entrando los rayos del sol con claridades de plegaria.

Ahora nos sobra el tiempo para escribir vida, para mirar un árbol, para ver cómo rompe su cáliz la flor en el silencio de la noche, soñaremos el regreso de los hijos sobre el borde de la esperanza. Sobra el tiempo para darnos el lujo de hacer una pausa en la jornada del diario quehacer y contemplar la tarde que aún en esta soledad sigue siendo hermoseada por candeladas de crepúsculo. Qué bien se ve la tarde desde el grato sosiego de los árboles que rozan mi ventana.

El tirano ha sido cruel con nuestro tiempo, con nuestras familias, con nuestros hijos y con nuestras vidas. Nos robó la magia de nuestro hogar, llenó de tristeza nuestros corazones, nos entregó su odio portador de hambre y miseria, obligó nuestras aves a emigrar a cielos desconocidos.

Se anudan los caminos fraternos; sin prisa jugamos al ajedrez en la fría estación sabiendo que en el juego de la vida igual caen torres, imperios, reyes y también caen los poderosos, aplastados por sus propias tiranías.

Desde esta orilla veremos brillar auroras y también postrimerías, somos versos labradores de ariscos universos, dueños de una patria que la han hecho ajena al cariño, ajena a la paz, al sueño, a la libertad, a la esperanza. La vida sigue activa en su tejer de sueños, florecen los anturios, techo, paredes y ventanas siguen esperando insomnes el calor del afecto.

¿A dónde irán los viejos a los que hundió en la soledad la tiranía? ¿A dónde si ya sus bríos están cansados? Desde sus puertas verán su sueño paralizado en el alba de su esperanza, que tal vez se cansó de esperar el regreso de sus aves, convertida al final su triste espera en un cuenco de cenizas.

Aunque los hijos se alejen la vida sigue, igual siguen floreciendo nuestros trigales y rosales. Todos amamos la casa en que vivimos; esa que como gran realidad tarde que temprano abandonaremos para siempre. Solo nos queda esperar a los hijos y recibirlos en sus perennes idas y regresos.

Aunque los hijos se vayan nunca estaremos solos. Familia no siempre es aquella que es sangre de la sangre, carne de la carne. Siempre habrá una luz que alumbre nuestra oscura soledad. Quien tiene amigos nunca estará solo. La familia es un estado del corazón.

El viento se lleva mi mensaje poblado de palabras, enarbolando uno que otro reclamo ante la perversa tiranía…

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