La cúpula roja dispuso de los millones de millones de dólares que le ingresaron al país en sostener a los hermanos Castro y a otros «hermanos del alma del mundo» y ahora pretenden que nosotros paguemos «los platos rotos» sin ninguna consecuencia política para ellos. «No hay más elecciones y punto», grita el Jorge Rodríguez. Juran que con cuñas, publicidad y propaganda -fabricadas en sus salas situacionales- seguirán engañando al pueblo venezolano. Que podrán «tapar el sol con un dedo» con mentiras repetidas hasta la saciedad. Uno presume que aquí no será igual a lo que ocurrió en la Alemania nazi, con las estrategias de Goebbels. Algo habremos aprendido, después de más de 70 años en un mundo cada vez más mediático, interconectado y globalizado, pero más descreído y escéptico.
Si algo genera todo tipo de suspicacia hasta en los más cándidos entre nosotros es, sin duda, una campaña publicitaria que pretende vender como excelente, lo que es en realidad mediocre o muy malo. Incluso en el cara a cara, se produce desconfianza cuando alguien habla sólo de sus logros, sus virtudes, de su intachable honestidad, su moral, su ética, abnegación, entrega a los demás y de su «buenismo» sin límites…
Por eso cuando hacen que el aparato auditivo sufra con esos comerciales que obligan a transmitir en los medios radiales y audiovisuales, uno se pregunta cuán fastidiados estará el resto de los compatriotas que sobreviven en esta comarca. Porque es una burla cruel que los creativos del oficialismo se inventen esos esperpentos para intentar modificar la realidad que padece cada venezolano en el día a día, hasta por las cosas más sencillas. «En revolución lo cotidiano se transforma en extraordinario», decía el «Ché». Tal cual comer, bañarse, caminar, comprar lo que se necesita, compartir con los amigos y familiares. Vivir pues.
La verdad es que nuestras vidas transitan por una calle ciega y oscura, entre las esquinas de pesadilla a calamidad. Creo que nadie duerme bien. Todo es alucinación. Una angustia que se hace catástrofe al despertar y constatar que no hay comida en la nevera, que los mercados están vacíos y lo poco que se consigue tiene un precio tan exorbitante que no podemos adquirirlo, porque nuestros salarios se los zampa la inflación en un dos por tres. Bueno, esa tragedia la quieren tapar con cuñas y cadenas, que nos imponen como penitencia, como castigo.
Maduro nos roba la tranquilidad y el espectro radiotelevisivo para lanzarse una atronada pieza oratoria, sin medida ni clemencia. Habla hasta por los codos de cosas que ni él entiende. Insulta, miente, irrespeta, grita, baila frente a unas focas amaestradas que aplauden cada infamia, vilipendio, vileza, difamación, afrenta y ofensa que salga de su boca. De paso, crea nuevos programas de seguridad, de producción y distribución de alimentos, que dirigirán generales multisoleados y profusamente enmedallados, dispuestos a defender la revolución y no al pueblo que pasa hambre y muere de mengua.
Ya uno ha perdido la cuenta de los programas de alimentación, salud, vivienda y seguridad que han salido de los fogones de la corrupción con sus respectivas campañas propagandísticas. Los sucesivos fracasos, indican que el objetivo no es resolver los problemas de la falta de comida, de los pésimos servicios hospitalarios, el déficit en materia de vivienda o la violencia que genera tantas muertes entre la ciudadanía. No señor, el Madurocabellismo sólo busca ordeñar la teta del tesoro nacional, para engordar sus propias cuentas bancarias en paraísos fiscales, también la de los panas y las de los dueños de Venezuela, que viven sus últimos años -ahítos de poder- en la isla de la felicidad. No se puede tapar el sol…