Tristeza: A los libros viejos les pasa lo mismo que a las personas: a medida que envejecen los empiezan a ver como obsoletos. Los jóvenes ya no recurren a ellos ni les resultan atractivas sus páginas amarillentas, descuadernadas, frágiles y sucias de tanto que las han manoseado. Estan subrayados y en los bordes hay comentarios de lectoresanteriores de los que uno no sabe nada, ni siquiera si la lectura les fue útil. Estos libros es difícil que consigan un nuevo lector. Por eso los venden barato.
Al leerlos uno se pregunta porque tanta sabiduría ha sido sepultada y olvidada bajo tanta basura más reciente. Cada vez que voy a una venta de libros viejos siempre me traigo algo que, al leerlo, me pregunto en que andaba yo que todavía no lo había leído y aumenta mi admiración por la sólida concepción de las obras de los tiempos pasados y se me quita, al menos en parte, la idea de que el presente es, siempre, mejor que el pasado.
También es cierto que los libros que busco no son los que, en su momento, años ha, pudieron ser considerados como basura, no muy diferentes a los que hoy considero como basura literaria. Son libros a los que entonces no tenía acceso, por no conseguirlos o por no tener como comprarlos, porque no pude robarlos o no me interesaban. Hoy, dado el férreo cerco que el gobierno ha establecido contra la cultura del libro, dificultando la publicación de obras en el país y bloqueando la importación, los tristes libros viejos recobran toda su importancia: se han vuelto accesibles y, con frecuencia, por viejos y por tener títulos que a pocos interesan, llegan a las ventas de viejo, que son una suerte de ancianato de los libros. Son ahora tan importantes que hoy, leerlos es prácticamente un acto subversivo, un “Yo decido lo que quiero leer” que uno les planta en cara a tantos barbaros con y sin uniforme que pretenden decirnos como debemos pensar, actuar y que considerar como de supremo valor.
Alegría: Es cierto que muchos libros ya venerables puedo bajarlos e imprimirlos, pero el papel y la tinta se han vuelto tan costosos que hay que pensarlo mucho antes de hacerlo. Además, con los libros viejos se desarrolla una relación afectiva, casi erótica: se los acaricia con cuidado, se los restaura, nos hacen compañía y nos basta saber que, aunque no los estamos leyendo, estan ahí pendientes a que retomemos su lectura. No conozco mejor amor hacia algo físico que este.
Es un amor correspondido. Siempre me enseñan algo nuevo, a veces me aconsejan, otras me regañan, pero siempre lo hacen sin gritar, sin insultarme, argumentándome las razones de sus planteamientos y de mis aciertos y errores. Me muestran paisajes intelectuales a los que no me había asomado, me hablan de otros como yo que creemos en la capacidad de la razón para ir creando un mundo mejor.