Es muy común que la colectividad en general, le preste poca atención a los hechos que más inciden en las penurias que padece.
Algunas veces predomina la tendencia a que las calamidades sean como un factor normal en el desenvolvimiento de los pueblos. Por supuesto, cuanto más se acostumbre la gente a ser conforme con la falta de idoneidad de sus gobernantes, menos posibilidades de ascenso social y económico habría para la nación.
Me propongo dibujar el retrato de un país determinado, según la situación real que se evidencia, con respecto a las variables más sobresalientes, cuya trascendencia, positiva o negativa, es perfectamente percibida por el pueblo. Amigo lector, analice cuanto mejor pueda dicho retrato y, si es posible, descubra cuál es ese país, antes de que termine la lectura de esta nota. El país al cual me refiero existe y su gente, cualquiera que sea su manera de pensar, siente los efectos pertinentes.
En primer lugar, en ese país avanza un proceso acelerado de hambruna nacional. Más de quince millones de sus habitantes dejaron de hacer las tres comidas. Incluso, varios de esos millones apenas pueden comer una vez al día; y muy mal, por cierto.
La inseguridad personal, de alguna manera, ha tocado directamente a más del 80% de las familias. Los crímenes de toda índole, supera a cualquier otro país, aunque éste sea víctima de una guerra.
Para comprar un producto alimenticio, o bien una medicina de uso común; incluso para surtir un vehículo de combustible, cauchos o baterías e igual cuando requiere un repuesto; en fin, es obligatorio pasar por el vía crucis de una cola kilométrica, para ver si llega a tiempo al sitio del proveedor respectivo, donde sólo puede adquirir el 10 o el 15% de lo que necesita, a lo sumo.
El pueblo, incluyendo la clase media, se ha empobrecido hasta límites inmanejables, por efecto directo de los más altos niveles de corrupción que se hayan conocido en ese país; incluso en la mayor parte del mundo. El dinero del pueblo ha ido a parar a los amplios bolsillos de los “revolucionarios” corruptos.
Para colmo, en ese país el Estado, que tiene la potestad y el monopolio de la importación de alimentos y medicinas, se ha convertido en el único y gigantesco acaparador. Situación ésta que incrementa considerablemente la ausencia de tales productos en mercados y farmacias.
Este espacio es insuficiente para enumerar todos los rasgos del retrato en cuestión. Pero pasa de 15 el número de dichos rasgos. Es cuestión de colocarse en el centro de la tormenta, para saber hasta dónde ésta puede arrastrarnos.
Aquí está la respuesta: ese país es la Venezuela que arruinó el Teniente Coronel ya definitivamente fallecido, y lo acabó de desmadrar su perverso heredero. Y como éste y su cúpula militar afirman todos los días, que la “revolución” ha sido exitosa, todo el que tenga “cuatro dedos de frente”, aunque sea muy afecto a este gobierno, tendrá que llegar a esta fatal conclusión: la ruina que es ahora Venezuela, es el sueño de Hugo Chávez desde 1992, de Maduro y de sus cómplices. Son ellos los únicos culpables de la Venezuela arruinada en la que sobrevivimos hoy. ¿Se atreverá alguien a demostrar lo contrario?