Toda obsesión es expresión del enfermo deseo hacia alguien o hacia algo. Llegado el punto, toda conducta obsesiva puede generar efectos nocivos o lamentables en la salud de quien la sufre o en la tranquilidad de quien es objeto de tal desequilibrio.
Trasladando el concepto de lo individual a la psicología del poder y el delirio (parafraseando a Enrique Krauze) la historia recordará a la devastación social, económica e institucional venezolana de los últimos 17 años, como la crónica de la más nefasta obsesión por el poder, que llevó a una élite militar y civil corrupta a mantener un esquema de controles, regulaciones y estatización, que crearon la peor crisis económica de nuestro recorrido como República.
Pocos documentos son tan esclarecedores en la descripción del dramático cuadro económico que ha generado el chavismo, como el publicado recientemente por la Academia Nacional de Economía. De dicho comunicado, extraigo el siguiente párrafo: “El reforzamiento de reglas de juego no mercantiles, en un ambiente opaco en el que no se rinden cuentas sobre la aplicación de los recursos públicos, premia la discrecionalidad en la toma de decisiones a favor de intereses partidarios. Los precios regulados, divorciados de sus costos de producción y comercialización –incluyendo el incentivo de una ganancia adecuada-, la obligatoriedad de sacar permisos de todo tipo para distribuir productos y la amenaza de sanciones severas para las empresas que no cumpliesen, incentivó la búsqueda del lucro fácil para todo aquél que tuviera cómo intervenir en la aplicación de tales medidas. (…)Como era de esperar, se han creado poderosos intereses en torno a la permanencia de estos mecanismos de intervención y control. Constituyen la principal explicación de la resistencia del Ejecutivo a la rectificación de políticas para poder superar las terribles penurias que sufren los venezolanos”.
La militarización de lo que va quedando del sistema productivo en Venezuela, la intervención de empresas, el decomiso o robo (a los efectos de la impunidad, lo mismo) de depósitos y camiones con alimentos y productos que escasean, la ausencia de garantías para la actividad privada y particular, y la cínica y atrabilaria perorata oficial de una guerra económica que no existe, conforman un cuadro de conmoción y anarquía solo matizado por el miedo o la represión. Y hay señales que tienden a agravar tal escenario.
Las rectoras del CNE no ocultan ya su abierta negativa a la consulta, mientras sueltan amenazas a sus promotores y se colocan fuera de la Ley inventando requisitos para retrasarlo o hacerlo imposible, entre estosla propia ilegalización de la MUD. Así, la criminalización de toda acción ciudadana, opositora, disidente o democrática que busque la salida electoral ante la crisis este año, o de cualquier protesta o movilización, nos acerca aun punto sin retorno y deja desnudo en toda su decadencia el carácter autocrático y totalitario del actual gobierno.
El país avanza a la deriva. El deseo de cambio crece como un imperativo urgente, como un torrente de inconformidad y búsqueda de futuro y libertad que creará su propio cause y rebasará los diques que pretendan bloquearlo. Mientras tanto, no cabe otro nombre para quienes conducen hacia un despeñadero desde el (des)gobierno, el actual desastre de escasez y destrucción de tejido productivo. No son japoneses. Tampoco son aviadores. Pero sí son kamikazes económicos.
@alexeiguerra