El gobierno se planteó una estrategia promoviendo el diálogo, el reconocimiento de la emergencia económica y la creación de una comisión de la verdad. Para impulsar estas ideas tuvo la ocurrente idea de solicitar la ayuda de tres expresidentes: Zapatero, de España; Fernández, de República Dominicana; y Torrijos, de Panamá, los cuales viajaron a Caracas y se entrevistaron con los principales líderes opositores incluyendo a Capriles, López y Ramos Allup, para convencerlos sobre la necesidad de sentarse a dialogar.
Aun cuando la estrategia logró ciertas expectativas, como frenar momentáneamente la iniciativa de Almagro de invocar la Carta Democrática para aplicársela al Gobierno, podemos hoy asegurar que la estrategia fracasó.
Las razones de su fracaso son comprensibles: el gobierno carece de credibilidad; enfrenta un desprestigio interno resultado de su incompetencia para superar la crisis económico-social, convertida ya en crisis humanitaria; la crisis es reconocida internacionalmente; los expresidentes desde un principio fueron vistos con cierto recelo y no como actores neutrales y en el transcurso de estos meses gobiernos latinoamericanos que por años fueron aliados del oficialismo pasaron a estar en manos de críticos duros a las prácticas dictatoriales del régimen chavista-madurista.
En consecuencia organismos como la OEA, Unasur y Mercosur han dejado entrever la posibilidad de aplicar sanciones al gobierno venezolano, lo cual añade más combustible al incendio ya iniciado.
Si a este deterioro internacional le sumamos el hecho que más de las dos terceras partes del pueblo desea que el presidente Maduro deje el cargo este año y la oposición ha logrado éxito en impulsar un referendo para revocarle el mandato a finales de año dentro de la Constitución de la República, observamos como el otrora invencible acorazado hoy hace aguas en su línea de flotación y su hundimiento es imparable. Instituciones como la Iglesia, universidades, las academias, y gremios profesionales han dejado constancia de su preocupación.
Las tensiones existentes a nivel doméstico han comenzado a destruir la unidad monolítica del partido oficialista. Las críticas más fuertes contra Maduro surgen desde adentro. Este panorama es tan acuciante que es imposible que este gobierno pueda subsistir o salir ileso ante entorno tan conflictivo. Incluso algunos analistas prevén una intervención militar destinada a preservar al régimen y a sus privilegiados. Pero un desenlace como el asomado traería más candela al fuego, y abriría las puertas de una guerra civil no deseada, por lo que es poco probablede darse.
Lo mejor que puede hacer el régimen (civiles y militares) es dejar su discurso radical y sus amenazas, que no convencen ni intimidan e intentar aferrarse a una tabla salvadora en el mar embravecido. ¿Cuál es? Aceptar la voluntad mayoritaria del pueblo y negociar su salida al menos con cierta gallardía.
Juan Antonio Muller