Buena parte de los problemas por los cuales atraviesan los jóvenes en nuestra sociedad tiene que ver con la pérdida de valores formativos, responsabilidad que debe ser compartida entre padres y educadores.
Cuando los niños comienzan a madurar, en su formación son muchas las interrogantes que empiezan a plantearse, y las mismas van desde las más simples: ¿Qué es lo bueno, qué es lo malo?, hasta otras más profundas: ¿Cómo se miden la honestidad, la sinceridad, el respeto?, y muchas veces quedan sin respuesta por parte de los padres y maestros.
Las historias de desconocimiento de los valores las viven las escuelas a diario. La generosidad, el compañerismo, la solidaridad, no aparecen en su diccionario personal y hay docentes que sostienen que no pueden hacer nada por tratarse de valores que deben ser aprendidos en sus casas.
Problemas de este tipo se presentan en muchas escuelas venezolanas, incluso en las que cuentan con estrategias pedagógicas hacia la excelencia, y es que la enseñanza de valores, aunque es considerada eje transversal en los programas de Educación Básica del Ministerio de Educación, y por lo tanto un área que debe estar presente en todas las materias, no es suficientemente trabajada en el aula.
Los propios maestros reconocen que no saben cómo tratar el tema de los valores en la estrategia pedagógica. Algunos consideran que la enseñanza de valores se restringe a definir ciertos términos como el respeto, la solidaridad, el compañerismo o el trabajo, y hacen de esta educación una suerte de manual de cortesía y buenas costumbres; el efecto muchas veces no es el esperado. Al no asimilar la importancia de los valores, simplemente los niños hacen todo lo contrario de lo que les exigen sus maestros.
Los docentes venezolanos no tienen suficientes herramientas para sacar provecho a la educación en valores. La enseñanza de valores “no es prescriptiva ni moralizante, se da como un agregado natural de un proceso que va a ser eminentemente creativo“.
Se requiere propiciar a través de actividades de lectura y escritura la creación de espacios para la participación, el diálogo y el intercambio de opiniones en el aula, en los que la palabra del maestro y del alumno gocen de la misma libertad y de respeto; es decir, asimilar valores no como concepto, sino en la acción.
Durante este proceso es que, de una manera práctica, tendrán que compartir una experiencia que les enseñará a reconocer los valores; tienen que compartir el trabajo, reconocer las propias cualidades y las de sus compañeros, respetarse unos a otros.
Entre los logros que se pueden obtener con esta estrategia es que los muchachos refuerzan su autoestima, cada quien se reconoce como un “yo“, refuerzan su relación con el otro y lo valoran, aprenden a trabajar en equipo, reconocen que el esfuerzo y el trabajo son los mecanismos para lograr sus metas; y que puedan ser capaces de construir su futuro, como valores agregados, mejorar el vocabulario, la redacción y la actividad hacia la lectura les cambia la vida.
Ahora el solo esfuerzo de los educadores no basta, máxime si tomamos en cuenta las constantes interrupciones que se producen en la educación pública, producto de las huelgas y paros; el concurso de los padres es importante en la trasmisión de valores, incluso predicando con el ejemplo.
Es el seno familiar el sitio indicado para que nuestros niños y adolescentes adquieran, no sólo modales y buenas costumbres, sino las relaciones interpersonales necesarias para diferenciar con objetividad el valor moral de algunas cosas, en contraposición a la tesis perversa, de darle valor únicamente a aquellos que revista una valoración de tipo económico. Valor y pa´lante.