No hay discusión de que el diálogo es fundamental en toda actividad del ser humano. Es la única vía civilizada para que los diferentes actores de la vida política de un país se puedan entender, se puedan poner de acuerdo sobre situaciones fundamentales, no importa las diferencias ideológicas, de pareceres o puntos de vistas que puedan existir. Se dialoga para tratar de llegar a acuerdos, cediendo de parte y parte, aun cuando se mantengan los principios básicos de todos. Esto es valedero cuando de sistemas democráticos se trata. En el caso Venezuela, en estos ya más de tres lustros, la cosa no ha sido así. Desde que el teniente coronel felón llegó al poder por allá a finales del siglo XX el diálogo entre gobierno y demás actores de la vida nacional ha brillado por su ausencia. Lo que ha prevalecido es un monólogo del gobierno, desconociendo a todo aquel que no comulgue con sus principios o planteamientos. Con la sola excepción de aquellos momentos en los cuales el régimen se ha visto obligado, impulsado por las necesidades del momento, de llamar a un diálogo, que al final solo ha sido más bien apariencia y un ganar tiempo, para tratar de superar una crisis. Ya pasó cuando se presentaron los sucesos de abril del 2002. El diálogo solo sirvió para que el régimen se afianzara más en el poder y profundizara las confrontaciones.
Hoy nuevamente se presenta una situación muy delicada. Una crisis jamás sufrida hace tambalear al régimen. Infinidad de advertencias se le hicieron tanto desde la oposición democrática, como desde sus propios copartidarios y de personeros y organizaciones internacionales. Todas cayeron en oídos sordos. La prepotencia, incapacidad y el apego dogmático a una ideología obsoleta, fracasada y el seguimiento ciego a los caprichos del líder de la llamada revolución del siglo XXI, de los dirigentes tanto del gobierno como del partido de gobierno, nos han llevado a tener la inflación más alta de toda la historia, escasez de alimentos y medicinas típica de un proceso de hambruna, inseguridad con cifras de muertes superior a muchas guerras que actualmente están en desarrollo, corrupción alarmante contaminada con narcotráfico. Violación flagrante a la Constitución, derechos humanos y libertades fundamentales, y la no separación de poderes. Todo lo cual ha hundido al país en una situación inaguantable a punto de implosionar. Entonces ahora cuando el agua les está llegando al cuello, el gobierno pide a gritos diálogo. Llama a la oposición a sentarse a dialogar. Pero mantiene su postura amenazante, de desconocimiento del adversario, aumenta el número de presos políticos, impide manifestaciones pacíficas, apresa más políticos. Impide un referendo revocatorio constitucional. Nos suena nuevamente que este llamado al diálogo es más bien, nuevamente, un pedido de cacao ante el eminente derrumbe total del régimen castro comunista.
Iván Olaizola D’Alessandro