Un pensamiento de Platón reza lo siguiente: «la obra maestra de la injusticia es parecer justo sin serlo». Al invocarla es inevitable hacer una paneo por los grandes y fatales personajes de nuestra historia universal, sobre todo de aquellos que predicando supuestos ideales de justicia, de equidad, de superación y adornándose con «buenas intenciones» le han propinado grandes desgracias con sacrificios y pérdidas incalculables a sus naciones…
Pero, estemos claros, para que este tipo de liderazgo logre «coronar», también se necesitan fundamentalmente dos actores: el líder y sus seguidores. De allí que, como suele decirse: «el precio de desentenderse de la política es el ser gobernado por los peores», por líderes negativos como los que plagan nuestro continente, los cuales, afortunadamente, están ya de salida.
Sin embargo, una pregunta resulta pertinente. ¿Qué hace que un líder negativo tenga éxito? José Morales Mancera nos allana el camino en su ensayo Psicología de un Líder Negativo. En él, Morales afirma que «el líder negativo buscará borregada dócil y manipulable que le pueda cubrir sus latrocinios o inmoralidades, pues prefiere el control de la borregada a la eficiencia de los resultados». Inmediatamente saltan a nuestra mente los ministros, viceministros, directores, altos funcionarios de gobierno de nuestra martirizada Venezuela y hasta la cúpula Psuveca que, so pena de perderse el festín, practican la ceguera y complacencia como una máxima casi religiosa.
La segunda característica de este tipo de perfil político, a juicio de Morales Mancera, es que «el mal líder, destructor, hace crecer al subalterno pero en su capacidad de maldad y de crimen. Lo convierte en fanático y fundamentalista, premia según docilidad y falta de escrúpulos». Y va más allá, afirmando que «amenaza con vengarse del incumplimiento de las órdenes». El sistema de premios y castigos va, pues, en función de incrementar negativamente una conducta que a la postre llevará de cualquier forma a la desgracia al funcionario doblegado, por cuanto eventualmente, al este distanciarse, pagará las consecuencias de la separación, cuál pandillero a su pandilla o narcotraficante a su cartel.
Y, aquí resulta inevitable pensar en el liderazgo del finado Hugo Chávez, en quien hasta el momento encajan todas las características descritas en este Sin Tregua. Una multitud de aduladores controlada a la perfección, a tal punto que luego de fallecer, con las terribles consecuencias de sus acciones o su legado, aún le adjetivan como el «supremo», «el padre», «el segundo libertador», mientras que aquellos que osaron separarse, huyen, mueren o son considerados unos parias, unos traidores…
La tercera característica sobre la cual advierte Morales Mancera en su ensayo arriba citado se refiere a que «el líder destructivo destruye en primera instancia a la persona, pues se hace obedecer por miedo o por compartir la corrupción: sus únicos motivadores». Aquí el respeto pasa a ser el miedo y el líder el opresor. La obediencia se convierte en un acto reflejo, carente de juicio alguno.
Hitler, Mussolini, Franco, Stalin, Fidel, Pinochet, Noriega, Mugabe y Chávez, por citar algunos, tuvieron algo en común. Entendieron que al rodearse de subalternos carentes de personalidad y de juicio propio, amenazados con castigo y atraídos por la corrupción, encontrarían en el fracaso a sus propios chivos expiatorios, mientras que en el éxito se darían todo el crédito como alimento necesario para la construcción de esa figura autocrática, mesiánica.
Pero tal y como queda dicho al inicio de esta columna, el costo de la irresponsabilidad de una nación al desentenderse de la política y de sus consecuencias, es el ser dominado por una masa de incompetentes que usualmente deja como consecuencia el hambre, la ruina, la desgracia. Entonces el balón está del lado del pueblo, solo que si por indiferencia, cansancio o flojera se lo pasa al delantero del equipo equivocado, perderá irremediablemente.
