Sencillo… como un ladrillo

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Cada vez queda más claro que Maduro no nació en Venezuela.
De otra manera, la presidenta del CNE no se hubiese visto en el difícil trance de exhibir por televisión un acta borrosa e ilegible, que –sin ningún otro comentario ni explicación sobre el origen y sitio en donde se expidió- hizo aparecer como la tan solicitada y discutida partida de nacimiento.

Y es que, de haber sido esa el acta verdadera, acorde con las celebraciones propias de los rojitos, de seguro que habrían preparado un parafernálico escenario para sacarla de la clandestinidad y exponerla abiertamente en cadena nacional de radio y tv.

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Pero, los curiosos sucesos ocurridos en el trámite de la partida y de las cédulas terminaron de alimentar, opíparamente, la “irreversible” sensación de fraude. Citemos, por ejemplo, las numeraciones consecutivas de las cédulas de Maduro y de sus hermanas, María Teresa, Josefina y Adelaida. Dicha coincidencia, como es obvio, no puede despacharse con tanto olimpismo y facilidad.

Por el contrario, ese hecho indica que su expedición se correspondió con una circunstancia diferente a la ocasión del nacimiento mismo, pues, de haberse atendido a esta cronología, la numeración jamás hubiese sido consecutiva.

Por otra parte, hay prueba fehaciente acerca de que la madre de Maduro nació en Cúcuta, Colombia, el 1º de junio de 1929 Por ello, es de preguntarse ¿qué trámite previo le concedió a ella el privilegio de obtener la cédula venezolana? Además: ¿por qué acá desaparecieron los textos de Registro Civil en donde supuestamente ha debido asentarse la partida de Maduro? Y ¿porqué tampoco aparecen en la Registraduría Nacional de Cúcuta (Colombia) los libros en los cuales se dijo que también podía figurar tal inscripción? O, ¿por qué el Saime venezolano carece de la documentación básica que se les exigió a estos ciudadanos cuando solicitaron la expedición de sus cédulas?

Otras interrogantes: ¿en qué escuela o liceo venezolano reposan los datos de estudiante de primaria y secundaria de Maduro? ¿En dónde los testimonios de vecinos, amigos, maestros y condiscípulos relacionados con él, o con sus padres y hermanos, cuando infante o adolescente?¡Nada al respecto! Sólo se escucha el escandaloso ruido del silencio.

Sea oportuno recordar un principio de la criminalística: “Quien resulte favorecido con las desapariciones, suele convertirse en el principal sospechoso”. Tampoco olvidemos que, en Derecho Probatorio,la parte que esté más cercana a la prueba es la obligada a consignarla. Y, para el caso, quienes lo están son Maduro y sus hermanas, al igual que los órganos de identificación.

Corresponde entonces a ellos explicar y demostrar lo ocurrido, so pena de blindar aún más la tesis del fraude, que no se suaviza ni siquiera con el argumento de la Fiscal Luisa Ortega Díaz, quien, ante el estrepitoso naufragio de tantas falsedades, le lanzó otro salvavidas a Maduro al asegurar que tenía que presumirse que él era venezolano.

Mas, también miente la señora Fiscal. Y lo peor es que lo hace con descaro, pues ocurre que ella bien sabe que para la asunción de la presidencia de la República, nuestra Constitución no acepta presunciones. ¡Es… o no es! Y, por ello, obliga al CNE a exigir prueba suficiente acerca de la nacionalidad, lo que no cumplió jamás en esta ocasión.

En suma, la conclusión es lapidaria: ¡Maduro no es venezolano! Le falta la partida. Y sin ella no le queda otra que partir. ¡Amigos… sencillo, como un ladrillo!

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