En un bucólico paraje al sur de San José de Tiznado, estado Guárico, en pleno corazón de Venezuela, vino al mundo el 21 de septiembre de 1773, la negra Matea Bolívar, hija y nieta de esclavos.
Allí tenía como asiento el hato El Totumo, propiedad de don Juan Vicente de Bolívar y Ponte, uno de los hombres más ricos y poderosos de las colonias del imperio español, y padre de Simón Bolívar.
Al igual que el resto de los esclavos, Matea adquirió el apellido de su amo. Con el paso de los años, ella se encargó de los quehaceres de la hacienda pero también debió asumir otra responsabilidad: cuidar al más pequeño de la familia Bolívar, el niño Simón.
La Matea de Bolívar
Al nacer Simón Bolívar, un 24 de julio, su mamá sufría de tuberculosis, razón de peso para que Inés Mancebo, vecina de los Bolívar, como un acto de solidaridad y humanidad, amamantara al pequeño barón de la casa.
En 1783, la Negra Matea, con tan sólo 10 años de edad, tomó la responsabilidad de cuidar al recién nacido Simón, y con el correr de los años, el samán de Güere, se convertiría en el sitio predilecto de juegos y campamento de ambos.
La escritora Antonia Esteller Camacho Clemente y Bolívar, quien fuera sobrina y bisnieta de Simón Bolívar, condensó en una obra una biografía de Matea, refiriendo que: “Además, Matea sabía coser, bordar y planchar a la perfección. Si la bella y joven esposa de don Juan Vicente de Bolívar, tenía que asistir a algún baile, era siempre su esclava favorita, quien la ayudaba en su tocado que siempre resultaba de exquisito gusto”, describe la historiadora.
Según María García, también biógrafo de la dedicada Matea, narra que “ella siempre estaba pendiente de tener nísperos y granadas en la mesa, ya que eran las frutas favoritas de Simón”. Otro de los episodios que describe, es que “Ella llevaba a Simón al patio de los esclavos a escuchar a algún viejo narrar cuentos de fantasmas y duendes. Durante los saraos, el niño participaba con entusiasmo en el festín, codeándose con sus esclavos como si fueran parientes”.
Tras la muerte de sus padres, el escenario vivido con los esclavos de San Mateo, le adecuó a Simón Bolívar, llamar en ocasiones «Mamá Matea» a su esclava de cuidos y arrullos.
Las revelaciones de Matea
«Mi apellido es Bolívar, porque mi padre y mi madre fueron Bolívar, y yo tengo el apellido de mi amo». –Explicó la Negra Matea, en una entrevista realizada en 1883, en donde apuntó: “A mi niño (a Bolívar) lo crió Hipólita, y yo lo alzaba y jugaba con él” y añade que por un tiempo el joven Simón Bolívar se volvió “respondón y rebelde”.
Después de que Bolívar le otorga la libertad en 1821, Matea decidió vivir con María Antonia, hermana del Libertador, a quien le relató en detalle el enfrentamiento de las tropas de Bóves contra las tropas de Ricaurte suscitadas en San Mateo.
La devoción de Matea por Bolívar, era tan arraigada que caminó con 103 años de edad desde la Catedral de Caracas hasta el Panteón Nacional, durante los actos de traslado de las cenizas del Libertador el 28 de octubre de 1876.
Allí, junto a Guzmán Blanco, Matea rompió a llorar al ver el sarcófago que guardaba las cenizas de su amo, mientras era aclamada por los caraqueños. Con más de 110 años, al enfermarse, Matea pidió que le colocaran delante un retrato de Simón Bolívar.
Le sobrevino la muerte el 29 de marzo de 1886, a los 113 años de edad. El sepelio estuvo presidido por el Presidente de ese entonces: Joaquín Crespo. Sus restos fueron llevados a la capilla de la Santísima Trinidad, en una cripta junto a los padres del Libertador.
El canto de Matea
“Arrorró mi niño Arrorró mi sooó (sic) Duélmete (sic) mi niño Mi niño Simón” “Duérmete mi niño Mi niño Simón. Que allá viene el coco con un carreón”. Fragmento de una canción que le recitaba Matea a Bolívar.