“Cuando acabó el ateo con su frase vibrante y atrevida, de eliminar a Dios… dijo: -No creo en ese ser injusto y enseguida, nos habló de sus penas.
La ancha frente inclinó melancólico y exclamó sombrío y distraído, de repente: ¡Qué infeliz soy Dios mío!” (Julio Flores)
Cada día al levantarme recibo un regalo de verde esperanza; salgo a caminar por los senderos siempre abiertos de alboradas y crepúsculos, la mano de la brisa me despeina, un pedazo de sol se disuelve entre mis manos, las palmeras engalanan el camino con sus calmados vaivenes, lindo canta un turpial en la florida rama de un apamate. Del corazón me brota una sonrisa y una plegaria agradecida. Camino, pienso, sueño, rezo, -existo luego creo- sé escuchar en silencio la voz del camino, de los árboles, de las aves y de la serenidad del amanecer, mi andar es firme como firme es la fe que habita en mi corazón.
No trato de convencer a nadie de lo que yo creo, tampoco de rechazar a quien no cree. A veces hace cosas más buenas el ateo que el cristiano que va a la iglesia y en su vida diaria es un ser malvado.
Somos dueños del libre albedrío de creer o no creer, de pensar que somos el resultado de una explosión universal o la obra de la mano de un ser Omnipotente. La relación entre la ciencia y Dios siempre ha sido polémica. -La Ciencia busca a través de sus experimentos causa y efecto de las cosas, Dios le muestra el fondo del maravilloso mundo en el que vive.
Tenemos el libre albedrío de hacer el bien o hacer el mal, cuya responsabilidad y consecuencia cargamos nosotros, no Dios al que tenemos la mala costumbre de endosarle nuestros errores y horrores. Creemos en la hermosura y beneficios de la naturaleza, en la perfecta estructura, el laboratorio magnífico y la obra sin igual que somos los humanos; creemos en esa perfección llamada vida, luego creemos en ese Ser Omnipotente y generoso, que aunque lo rechacemos y neguemos mora dentro de nosotros calladamente en la conciencia, en la inteligencia, en el alma, el corazón y en la vida.
Hay muchas cosas que no entendemos de la Biblia, sus intérpretes, sus predicadores ni de los científicos. Los primeros lo aceptan sin verlo, los segundos necesitan palparlo como a sus experimentos para creer en El.
La paradoja de Stephen Hawking el científico más famoso del planeta, explorador de los agujeros negros del espacio, es a quien le fue detectado a los 21 años esclerosis avanzada (enfermedad de la neurona motora); según la ciencia Hawking no viviría más allá de unos pocos años. Contra todo pronóstico el científico hoy cuenta con 74 cumplidos. Su enfermedad lo incapacitó, pero su cerebro se mantiene brillante, espléndido, lleno de sabiduría y gran capacidad.
En 1985 su salud fue atacada por una neumonía virulenta que lo puso en coma, la única máquina que lo mantenía con vida era un respirador. En vista de la imposibilidad de devolverle la vida, los médicos pidieron permiso a la esposa para desconectarle el respirador; permiso que ella negó, confiando en que su fe le haría el milagro de sacar a su esposo de aquel trance. El milagro se produjo tan inexplicablemente que los mismos médicos reconocieron que su vuelta a la vida era fruto del milagro de la fe puesta en la oración.
Precisamente es Hawking quien afirma que el milagro no es compatible con la ciencia, que la ciencia moderna no da cabida a la existencia de un Dios Creador del universo, que ella basta para explicar el origen de este, sin la necesidad de invocar a Dios…
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