Dios y la violencia

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De nuevo la violencia aparece en Francia y en el mundo entero. Niza, hermosa ciudad turística de la costa azul francesa, en plena celebración de la toma de la Bastilla y en vacaciones veraniegas, en el preciso momento que centenares de turistas y habitantes de la ciudad presencianun llamativo encendido de fuegos artificiales, sale un camión y va atropellando, sin piedad alguna, a todo el que se encuentra en el desfile disfrutando del espectáculo. Allí caen niños, adultos mayores, turistas, jóvenes, todo el que por destino de la vida se encontraba en el trayecto del asesino conductor del camión, que, por lo demás, iba cargado de armas y explosivos, lo cual hace presumir a la policía que si no matan al asesino chofer,al final hubiera explotado el camión, causando una tragedia mayor. El mundo no sale de su asombro y tristeza. De nuevo el islamismo se atribuye este cruel atentado.

Hace pocofue en Bruselas en el aeropuerto de esa ciudad; antes en la Sala Bataclan en París; el año pasado también en París, fue en el medio de comunicación social de Charlie Hebdo y en el estadio de fútbol de esa ciudad. Si a eso añadimos las muertes por asesinatos en escuelas, cines, discotecas y universidades tanto en USA como en Europa, podemos decir que la violencia va en aumento en el mundo entero. Es un desprecio total a la vida humana. El ser humano parece que a veces se siente dueño de la vida de los demás y la verdad es que ni siquiera es dueño de su propia vida. Vivimos lo que san Juan Pablo II llamó “la cultura de la muerte”. No importa la vida, lo que importa es imponerse dominar, someter. Es una lucha por el poder, el dinero, el placer, que se lleva por delante la vida.

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La vida es el bien supremo del ser humano, nadie, ni el Estado, cada vez son mayores los estados que han abolido la pena de muerte, tiene derecho de atentar contra este supremo bien. Nadie tiene derecho de atentar contra la vida de otro, salvo la legítima defensa y guardando la proporcionalidad de los medios utilizados, incluyendo y sobre todo, la vida más indefensa, la del niño no nacido y la del enfermo terminal. Sólo Dios es el dueño de la vida y de la muerte y “Dios es amor”, Dios en un acto extremo de amor, concede la vida y quita la vida. Nadie tiene por tanto derecho a matar “en nombre de Dios”, sostuvo con vehemencia san Juan Pablo II, con ocasión de los atentados de las torres gemelas. Increíble que ocurran estos abominables hechos cuando se piensa que la civilización humana ha alcanzado un alto grado de desarrollo. Muy bien por el padre Ugalde que acá en la sede de EL IMPULSO,recordó el deber de los educadores de inculcar el amor a Dios y al prójimo. Habría menos violencia.

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