La señora Elisa fue una trabajadora doméstica, muy humilde, que tuvo mi madre por casi 28 años. A pesar de ser nosotros una familia con muchas carencias materiales, de 9 varones, 4 hembras y mi padre un cobrador de la recordada Compañía Occidental de Comercio, fue necesario contratarla para que ayudara a mamá en los quehaceres de la casa. A lavar la ropa, planchar y con la cocina. Por cierto, la señora Elisa, como nos enseñaron debíamos llamarla, tenía su pareja con la cual tuvo a Leonel, su hijo, que creció con nosotros y lo hicimos como un hermano mas. Mi gemelo Wilfredo siempre lo trató así. Como un hermano más.
Recuerdo con mucho cariño a la señora Elisa. Prácticamente crecimos con ella. Nos lidió desde niños y aguantó nuestros caracteres de adolecentes y adultos. Definitivamente el Espíritu Santo le dio ese poder. Ella, a pesar era muy callada, en ocasiones, cuando yo estudiaba en la universidad me trataba con especial atención.
Antes de cumplir los 30 años de servicio en mi casa, tuvo que retirarse. La edad, el cansancio lógico y la necesidad de cuidar los nietos, la llevó a ello. Pero, su retiro no fue traumático, por cuanto se le cumplió con sus derechos laborales. Mi padre, que no conoció de este Evangelio, fue un hombre muy correcto y eso alimenta mi esperanza de verlo en el «mar de cristal» en el día postrero. Pero, la señora Elisa enfermó. Y ese es uno de los eventos en mi vida de cristiano que siempre recordaré, por la tristeza que me embarga. Ya caminaba yo como miembro líder de esta iglesia y ella lo sabía. En ocasiones conversábamos acerca del Evangelio. Y al irme de la casa cuando me casé, preguntaba por mí. Un día se agravó y mi hermana Berna, quien la apreciaba de manera especial me avisó. «William, la señora Elisa está preguntando por ti. No está bien. Pasa por allá». Y este servidor «ocupado», se descuidó y no fui al momento. A los días murió…
Aunque esta anomalía muy propia de nosotros los líderes cristianos no me atormenta, siempre me reprocho no haber ido de inmediato a hacer esa visita. Definitivamente la actitud del pastor bautista que interpelaba a las personas que tuvieron que quedarse en el Titanic, prácticamente esperando la muerte, acerca de si aceptaban a Jesús como su Salvador Personal, me ha enseñado que no hay nada más importante en la vida de un enfermo o no, cuando pide orientación cristiana. Y esa, es la misión que tenemos en este mundo de pecado. A partir de allí, no dudo ni un instante en visitar a aquellos convalecientes que necesitan urgentemente tener un encuentro personal con Jesús y nosotros, somos los canales que Dios tiene en este miserable planeta para ayudarles. La verdad me aterra cuando oigo a un líder cristiano decirle al recién converso «No me mire a mí. Ni al pastor. Ni al hermano tal, porque cualquiera de nosotros puede frustrarle. Mire a Cristo que ese nunca lo defraudará». Pero resulta, que el recién converso donde puede encontrar a Jesús, es en cada uno de nosotros. De allí que nuestro testimonio es vital.
Desde entonces, siempre medito en esta reflexión. «Por lo tanto, ¿cómo puede considerar el cielo a los que descuidan una salvación tan grande, efectuada para el hombre a un costo tan infinito? Desdeñar aferrarse de las ricas bendiciones celestiales es rehusar, anular a Aquel que era igual con el Padre, el único que podía salvar al hombre caído. . .» Libro. En los Lugares Celestiales. Elena de White. ¿Cómo les parece? ¡Para reflexionar!
¡Hasta el próximo martes Dios mediante!.
William Amaro Gutiérrez