Hay en Venezuela mucha gente que sufre. También en los setenta y seis municipios que gobernamos. Somos gente responsable. Consciente del deber asumido.
En las crisis, siempre está presente el peligro del “sálvese quien pueda”, del egoísmo exacerbado, del individualismo y el resquebrajamiento de los vínculos comunitarios. La otra cara de la moneda es tratar de pasarla juntos, superarla juntos, con la combinación imbatible de la libertad que hace fuerte a las democracias más avanzadas: responsabilidad y solidaridad.
La solidaridad, expresión de nuestra naturaleza social y de nuestra identificación como iguales, es consecuencia de la lógica del corazón y de la lógica de la razón. El corazón nos anima a la misericordia, a la compasión por el que sufre. A no dejarlo solo, abandonado a su suerte. La razón nos orienta a la conveniencia de que todos tengan oportunidades de vida mejor, y puedan verlas. La experiencia nos enseña que ningún progreso es sostenible si olvida a una parte de la gente, si ignora las dificultades en que viven muchos.
No solo es una cuestión ética, que la es. La indiferencia es inadmisible. Es una cuestión de equilibrio y armonía social, y por lo mismo de convivencia. Es una cuestión de racionalidad económica, mientras más tengan y más puedan, mejor para el progreso de todos. Es, lo que puede llamarse, un desarrollo integral y solidario. Es, al final y al principio, una cuestión de racionalidad política. Mientras más iguales las oportunidades y menos desequilibradas las condiciones de vida, la democracia tendrá más calidad y, por lo mismo, será menos expuesta al sobresalto, más estable y más abierta a las transformaciones que la hagan avanzar con menos riesgo de retrocesos.
Los programas sociales, instrumentos de la solidaridad y medios de la responsabilidad social para promover la responsabilidad personal, en un sistema dinámico de retroalimentación, tienen sentido en la medida que apoyan cuando hacen falta y ayudan a no ser necesarios para todos para siempre. Deben ser, como en la frase clásica, ayudas para la autoayuda. Su intención es contribuir a liberar a las personas de la urgencia de la necesidad, no esclavizarlas de la dependencia.
Hay riesgos que el individuo solo no puede superar. La solidaridad es herramienta para la coherencia social, garantía de la paz y ejercicio de la libertad. Atiende subsidiariamente a la persona, o a la familia, necesitada de apoyo. La política pública que la instrumenta, así mismo, debe fomentar que la persona asuma iniciativas propias, responsablemente y dentro de sus posibilidades, que la intervención del Poder Público procura fortalecer y ensanchar.
A partir de experiencias y propuestas concretas, de eso discutimos ayer y hoy en los representantes de los municipios gobernados por la Unidad, como en Mérida tratamos el Desarrollo Económico Local. Es el Encuentro que realizamos en la Universidad Metropolitana. El Alcalde Ocariz, de Sucre, es el anfitrión.
Venezuela decidió cambiar y cambiará. Mientras lo logramos, y lo lograremos, no estamos de brazos cruzados.