Qué tiempos aquellos cuando íbamos a Cúcuta de compra porque allá todo era más barato. Por un bolívar nos daban muchos pesos. Podíamos pernoctar en el Hotel Tonchalá, disfrutar de buenos tragos y buena comida. Nos atendían de maravilla por las buenas propinas. Veíamos por encima del hombro a los colombianos. Si la memoria no me falla comprábamos en los almacenes Ley y en el centro comercial Bolívar. Para los que iban no solo de compras sino de parranda había un negocio muy famoso “La casa de las muñecas”. Bueno estamos hablando de muchos años ha. Época cuando en Venezuela éramos felices y no nos dábamos cuenta. Pero llegó el comandante y mandó parar. Comenzaron las cosas a cambiar y nuestra moneda nacional comenzó una carrea palo abajo. Las relaciones con el hermano país se resquebrajaban. Mejores relaciones tenía el gobierno chavista con las FARC que con la Casa de Nariño. Más de una vez se pusieron tensas las relaciones. Llamadas a consulta al embajador, regreso del embajador. Malos ojos y besitos.
Recuerdo una vez que el teniente coronel felón, hoy difunto, en uno de esos ataques patrioteros, casi le declara la guerra a Colombia. Le ordenó a una brigada de tanques acantonada en Valencia que se desplazara hacia la frontera. Con la buena suerte, para nosotros pienso yo, que el tanque que llegó más lejos se quedó accidentado en Tocuyito. Y se acabó la guerra. Claro lo que no se acabó fue el aliviadero en que se convirtió nuestra frontera para los grupos narco guerrilleros colombianos. Timoshenko, Reyes, mi tocayo Márquez y otros tantos casi que despachaban desde Miraflores y su embajadora Piedad se alojaba en La Casona, cuando esta era residencia presidencial. Y así fueron pasando los años. Los colombianos aumentando su PIB, con muy baja inflación y sostenido crecimiento económico. Y nosotros regalando todo los verdes que nos llegaban por los altos precios del crudo. Candil de la calle y oscuridad de la casa. Y el contrabando, en ambas vías, siendo el gran negocio de los uniformados.
Hasta que llegó el heredero, hijo putativo del eterno, y zuás, cerró la frontera. Mejoró el negocio para los uniformados, pero no para el pueblo fronterizo. Gracias a la “excelente política gubernamental” comenzó la escasez de todo y el calvario para conseguir los productos de primera, segunda y n necesidad. En cambio del lado de allá había de todo, los supermercados colombianos igualitos a como eran aquí en la era de la democracia civil. Hasta que el 5 de julio pasado, en un nuevo gesto independentista, unas valerosas mujeres de blanco les sacaron la lengua a los guardias nacionales y se fueron de compra para Cúcuta. Por más que el gogobernador tachirense hablara paja, fueron y vinieron cargadas. Y lo mejor es que le dijeron, a él y a Nicolás, que lo seguirán haciendo, hasta que aquí se resuelva la situación de escasez. Que creo que será una vez que estos castro-comunistas se vayan. Que será pronto.