Los escenarios del país: La potencia energética mundial

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La narrativa de potencia energética mundial no es nueva.

El primer ensayo ocurre durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, quien monopolizó la actividad política y promocionó la “transformación racional del medio físico a partir de los recursos petroleros”, sin enfrentarse al sector privado.

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Se otorgaron más concesiones a las transnacionales y la extracción de crudo se duplicó entre 1950 y 1957, Venezuela es primer exportador mundial. Los precios mejoraron un 25%, facilitando “llevar a la práctica el concepto abstracto de patria”, “hechos positivos y no teorías inalcanzables”, “formas de honrar a los héroes de la independencia y celebrar los valores de la nación”, en palabras del propio dictador.

Según estadísticas de las Naciones Unidas, el crecimiento de la economía fue el más alto del mundo. Era intención gubernamental “erigir la potencia energética del hemisferio occidental, sacar el petróleo, antes de que sea tarde”. No hace falta decir que, al igual que Guzmán Blanco y Juan Vicente Gómez, Pérez Jiménez se consideraba la encarnación del espíritu de Bolívar. Hasta ese entonces, existía en la élite política y cultural de la nación la creencia de que el petróleo podía desaparecer en cualquier momento, dado su origen efímero y la magnitud de las reservas.

Los precios se desploman en 1957 pero ya la economía venía mostrando signos de deterioro, haciendo añicos los delirios de potencia y los sueños de perpetuación en el poder. Vendría una década de “precios viles”.

La administración de Carlos Andrés Pérez (1974-1978), en medio de un espectacular boom de precios, resucita la idea de estatizar, pero como complemento de la iniciativa privada. Se registra pleno empleo, se expande el consumo a tasas elevadas, se exacerba el gasto público mediante un endeudamiento externo descomunal y se “sientan las bases de la Gran Venezuela”, segundo ensayo de potencia energética.

CAP lo dijo: “El petróleo venezolano ha de ser instrumento de integración latinoamericana, factor de seguridad mundial, de progreso humano, de justicia internacional, es un encuentro con nuestro destino. Ningún sitio mejor para expresarlo que en presencia de Simón Bolívar quien nos enseñó a creer en nuestro pueblo (…)”. La continuidad del discurso salta a la vista, pudiera confundirse con el verbo de Chávez.

En el último año de gobierno de CAP, con precio récord del barril, llega la recesión, cae el PIB, se entroniza la inflación y el desempleo causa estragos de ingrata recordación. El fracaso del segundo ensayo es evidente, el partido oficial, no pudo retener el poder, cedió el paso al opositor Copei y la economía no pudo recuperarse.

En tercer ensayo, incubado en el siglo XXI, reaparece con el expreso propósito de suprimir el mercado, la iniciativa privada. El imaginario de la Venezuela, Potencia Energética Mundial, objetivo estratégico del Plan de la Nación (2007-2013), propone “utilizar la renta petrolera para impulsar el desarrollo y conformar un bloque regional anti-imperialista que contribuya a la construcción de un mundo pluripolar”. En realidad, es el Estado, que no Venezuela, quien pretende ser una potencia. Ente rector de las políticas públicas, propietario de los yacimientos, administrador de la renta petrolera, dispensador de bienes y servicios, regulador, controlador y productor, que se declara enemigo de la propiedad privada.

La idea cunde en el imaginario colectivo diciendo que “Venezuela está condenada al éxito”, la fortuna nos sonríe. Los yacimientos se agotan irremediablemente en el resto del mundo, el petróleo será cada vez más escaso y más caro. Mientras que en nuestro país la situación es exactamente la opuesta. Designio de la Divina Providencia, tenemos las reservas más grandes del planeta en la Faja del Orinoco, alcanzan para 300 años, y mediante el Plan Siembra Petrolera (2005), la extracción llegará a12 millones de barriles diarios en 2021, superando a Arabia Saudita. Seremos primer productor y exportador mundial. Se avecina un período de bonanza continuada. Comenzaría “la década de oro”; al concluir, alcanzaríamos la meta de pobreza cero y la independencia económica definitiva.

Un balance superficial finalizada “la década de oro” da cuenta que los precios crecieron un 900% entre 2000 y 2013, efectivamente, pero la tarea de expandir la producción no se hizo, ni siquiera se mantuvo.

El gobierno que prometió la suprema felicidad recibió, en 17 años de gestión, ingresos equivalentes al acumulado en 80 años de explotación petrolera previa. Estatizó empresas y destruyó el aparato productivo nacional con sus políticas anti-mercado, sin contar la deuda externa que se multiplicó por 5 y el fondo chino, dólares anticipados sobre entregas futuras.

Y, justo cuando los precios alcanzan récord histórico, 103$/barril, en 2013, increíblemente la potencia desemboca en devaluaciones, recesión, inflación, escasez, empobrecimiento generalizado de su población. Muchos pueblos sin agua y sin luz. Para completar, en agosto 2014 se desploma el barril, agravando el desastre. Desemboca así el tercer ensayo de potencia en una catástrofe sin precedentes, fatídico resultado de esperar que un Estado milagroso y un estilo carismático de conducción política, otra vez, exhibido, sin rubor alguno, como continuación del espíritu de Bolívar, resuelvan los problemas, sin concurso del trabajo productivo.

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