En relación con la alimentación, Venezuela también tiene una caracterización propia que seguramente habla de la naturaleza del régimen. Y eso conviene siempre ponerlo sobre la mesa. Sucede con la represión. No hay en Venezuela un sistema de violaciones masivas y permanentes a los derechos humanos, pero quién duda de que en el país se violan diversos derechos y se hace uso selectivo y excesivo de la represión.
Sucede igual con el hambre. No puede decirse que existe una hambruna generalizada en Venezuela. Pero vivimos días difíciles, días en los cuales no siempre está el alimento en la mesa de muchos venezolanos. Y se trata de una dinámica novedosa en la vida del país.
La respuesta oficial a quienes se manifiestan públicamente exigiendo comida es la represión, y la política para paliar el desabastecimiento es el reparto de bolsas de comida con algunos productos básicos. Nada apunta a que se esté trabajando en el meollo de la problemática. Nos esperan más días de ayuno. Se terminó además la temporada de mangos que fue de ayuda para muchos venezolanos.
Un sacerdote amigo me cuenta el caso de un adolescente, en Caracas, que en pleno receso en el liceo se desmaya. El joven tiene dos días sin comer, pero cuando la directora le trae una merienda de la cantina el joven se niega a comer, dice que se la quiere llevar a sus hermanos más pequeños.
Una señora me escribe por mensajería de texto al programa de radio desde Apure. De las tres comidas con suerte le brinda una o dos a sus niños. Ni siquiera hay azúcar para darle un vaso de agua con azúcar, me cuenta. Su impotencia me llega entrelíneas en el mensaje.
En Portuguesa, cuando voy a dar una charla, me cuentan los organizadores cómo aumentó de forma importante el consumo de chimó entre los mayores. Masticando chimó engañan el estomago y la poca comida se la dejan a los niños, me dicen que está ocurriendo.
Indignado un diplomático europeo me comenta que mientras ésta es la dura realidad que viven los venezolanos de a pie, la élite política del chavismo –que llegó al poder en nombre del pueblo- toman jets privados para comprar sus alimentos en Aruba o Curazao. Ni siquiera ellos se movilizan, por el temor a ser identificados, le dan la lista de compras a asistentes o mandaderos, me indica.
Vivimos días de ayuno en Venezuela. Los cristianos le han dado un valor simbólico a la decisión no ingerir alimentos, claro cuando se trata de una voluntaria opción. En Venezuela el ayuno es impuesto, no hay otra opción.
No se consiguen alimentos, y los que se consiguen entre las redes informales de comercio están fuera del alcance de cualquier venezolano que viva de un salario mínimo. Ya en los supermercados no se consiguen tantos productos básicos y las bolsas de los CLAP no cubren –de lejos- la demanda. Estamos atrapados. No hay hambruna generalizada, pero cada día que pasa crece el número de venezolanos que pasan hambre. Pasar de una cosa a otra sólo será cuestión de tiempo, si no se toman acciones urgentes y efectivas para garantizar el derecho a la alimentación.
El gobierno de Nicolás Maduro está enfocado en cómo permanecer en el poder. El hambre de cada venezolano que no come completo hoy en el país parece ser un asunto secundario, mientras logre conservar el poder. Lo que posiblemente no se evalúa es el riesgo que corre el poder de no mantener el control sobre una población, cuando ese pueblo está hambreado.
Son días de ayuno en Venezuela. Yo voluntariamente he comenzado a hacer ayuno. No pienso inmolarme, pero cada vez que me salto una comida o paso un día sin ingerir alimentos me permite conectarme y solidarizarme aunque sea por algunas horas con el sufrimiento que hoy viven tantos y tantos venezolanos. Ojalá que el ayuno vuelva a tener un sentido voluntario en Venezuela.