Esa especie de pequeño corredor que precede a la puerta de entrada de la casa donde nació, debe haber albergado tanto al viajero como al habitante de la misma, de lluvias y ventiscas en una región larense -Torres- y un caserío, -Candelaria-,cuyo nombre alude al clima de la aridez y el sol sin tregua. Ese mismo corredor serviría antes de cumplir los 17 años al joven Alirio, para ocultar su fuga del padre severo en horas de la madrugada, guiado por la luz de la luna, en el inicio de lo que sería un largo exilio, que contempló no sólo la casa paterna, sino el país mismo, al que regresó a pasar largas temporadas, muchos años después, cuando la experiencia de vida y la fama, le mostraron el camino que le permitió “ser de aquí y de allá”, de la que llamara su segunda patria.
Italia fue el país donde terminó su formación musical y fundó familia, sin que esto implicara desarraigo ni olvido de sus orígenes ni su cultura, muchísimo menos de nuestra música, la cual difundió por cuanto escenario europeo y latinoamericano, fuera testigo de su extraordinaria capacidad de interpretación de la guitarra y esa bonhomía que no le abandonó jamás.
Bonhomía que facilitó su entrega pedagógica a cuanto guitarrista le solicitara las claves de un camino que requiere talento y disciplina. Bonhomía que le llevó a difundir en el mundo la música de grandes compositores venezolanos, como Lauro, Sojo y Plaza. El Concurso internacional Alirio Díaz sigue siendo espacio de confrontación artística que exige talento y disciplina a intérpretes y los jurados, quienes han de velar por su calidad, declarando desierto el certamen si así lo requieren sus niveles de exigencia.
En el 2002, en ocasión de hacer el documental televisivo que fuera difundido en Latinoamérica, Senderos de la Memoria, sobre su vida y trayectoria, en compañía del joven equipo de UFT-TV, tuvimos el honor de que el Maestro nos mostrara su casa, la bodega de su padre y el camino de cárcavas por el cual huyó aquella madrugada lunar, que lo llevaría Carora, ciudad de gente conservadora con aquel joven campesino que quería terminar la primaria y ser guitarrista. Nieto e hijo de músicos, intérprete del cuatro, ya sabía que la guitarra sería su destino. Afortunadamente el cultísimo Don Chío, pionero de las ideas de justicia social, le daría: “Sus palabras, sus libros, su manera de ser, de estudiar el mundo. A mí me ayudó mucho. Yo fui portero de un cine, del Salamanca. Él me dijo que debía enseriar mi camino. Que yo era artista. Y me aconsejó irme a Trujillo, a estudiar con Laudelino Mejías. Ese día, lo digo siempre, nací de nuevo. Allá estudié con él mientras trabajaba en una tipografía. Sí, me enseñó teoría, solfeo y armonía.” (Entrevista de A. Hernández).
La Escuela Superior de Música en Caracas, le recibe con maestros que eran compositores o concertistas como Sojo o Lauro, quien tendrá en Alirio su intérprete más importante. Raúl Borges le enseñará la técnica aprendida de otro maestro, el paraguayo “Mangoré”, base de lo que sería la Escuela guitarrística venezolana del siglo XX, de la cual sería alumno otro gran guitarrista, Rodrigo Riera, con quien departiera en público la profunda relación que ambos tenían con la guitarra.
En Siena estudió con Andrés Segovia, de quien fuera su asistente y mejor intérprete. El maestro Alirio contribuyó a difundir nuestra música en los conciertos de música clásica, pues valoraba lo que llamaba la “música de la tierra”, para llamar a la proveniente del folklore o de la música popular, cuya presencia nutre nuestra música académica y la popular contemporánea a diferencia de Europa, en donde cada una anda por su lado, perdida la relación entre una y otra. Su universalidad debería guiar hoy a quienes emigran y caen en el error de olvidar, que este país sigue siendo la fuente de lo que somos, como lo fueran los días de vida de Alirio Díaz.