Eugenia quiere emigrar, Jenner vende menos, Elizabeth llora a su hermano asesinado, Yasmari lucha por medicinas y Denia contrabandea. Difícilmente, algún venezolano escapa a la crisis.
Todo esto mientras el presidente Nicolás Maduro y la mayoría parlamentaria opositora libran una lucha de poderes, y se achacan las culpas de la situación. Aquí cinco microrrelatos de la crisis.
La frustración
En «El Goloso» -un puesto callejero de comidas rápidas de Caracas- hay cada vez más billetes, pero menos ventas. La inflación y la devaluación se mezclan. El dinero «es una ilusión. Cuando llego a la casa pienso que traigo algo, pero cuando voy a pagar la factura me doy cuenta que no tengo nada», dice desconcertado Jenner Morón, administrador del carrito.
Jenner, de 21 años, llegó a vender 500 perros diarios; hoy, unos 120. «Recibimos más dinero, pero ganamos menos». Hace cuatro años, un perro caliente costaba 22 bolívares, y hoy, 500.
Además, debe lidiar con el efectivo en una de las ciudades más inseguras del mundo. Una venta promedio de 120.000 bolívares representa 1.200 billetes de 100. Jenner lleva los fajos a un depósito cuatro veces al día.
El dolor
«¡Me duelen las entrañas!» Sentada en las afueras de la morgue de Caracas, Elizabeth Arana se ahoga en llanto. Su hermano Roswill, un policía de 28 años, murió de un balazo el sábado en la noche. «Los policías también somos víctimas», comenta bajo reserva un oficial que acompaña la diligencia.
El año pasado hubo 17.778 homicidios (58,1 por cada 100.000 habitantes), según la Fiscalía. La ONG Observatorio Venezolano de Violencia estima que 27.875 personas murieron violentamente en 2015 (90 por cada 100.000). En ambos casos, la cifra es varias veces mayor al promedio de homicidios en el mundo: 8,9 homicicios por cada 100.000 habitantes, según la Organización Mundial de la Salud.
Arana murió un mes después de su cumpleaños y deja un niño de cuatro años. La prensa especula que quisieron robarle la moto, Elizabeth cree que «lo mandaron a matar». «La crisis económica está incrementado el delito y la violencia de una manera inédita», indica Roberto Briceño, director del Observatorio.
La fragilidad
En noviembre de 2014 le detectaron cáncer de mama, fue operada con éxito e inició la quimioterapia. Pero en enero de este año ya no encontró medicinas. Yasmari Bello, una administradora de 39 años, temió entonces por su vida y lanzó una campaña por redes para encontrar los fármacos. Un día salió a protestar con 60 enfermos de cáncer en igual situación.
«Me suspendieron el tratamiento entre enero y mayo. Sufrí estrés, bajé de peso, sentí que había luchado por meses y que podía recaer». Hoy el 85% de medicinas no se encuentran, según la Federación Farmacéutica Venezolana.
La falta de divisas para pagarles a los laboratorios vació las estanterías. Bello se salvó de una recaída gracias a que le enviaron lo que necesitaba desde España. Tiene medicinas hasta mediados de julio.
La desilusión
Estudiante de farmacia y empleada en una clínica, Eugenia Parra saca tiempo para hacer largas colas y comprar alimentos subsidiados. «Todo aquí es una cola, para sacar dinero, para comprar comida», se lamenta esta mujer de 28 años mientras hace fila.
Pese a que le correspondía comprar por el número de cédula, debió irse con las manos vacías porque no quería perder clase. El alto costo de vida la empuja a buscar precios regulados.
Seis de cada diez venezolanos deben hacer colas hasta de ocho horas para abastecerse, según Anauco, ONG de defensa de los consumidores. El resto paga para que le hagan la fila o compra a los «bachaqueros».
Las protestas por comida han empezado a degenerar en saqueos, que dejan cinco muertos en junio. «Más gana un ‘bachaquero’ que un profesional. No tengo esperanza de nada. Si hay oportunidad, me voy (del país). Seguir aquí es perder la juventud», dice Eugenia.
La necesidad
Denia obtiene hasta 4.000% de ganancia por un kilo de azúcar. Su sueldo como conserje no alcanza y revende productos subsidiados. Es «bachaquera».
«Hago cola donde haya oportunidad» de comprar, cuenta la mujer, que también contrabandea arroz y harina. Subsidiado, el azúcar cuesta 70 bolívares, pero lo vende en 3.000.
Cuando hay, el gobierno entrega por persona dos unidades semanales de cada producto. Pero Denia consigue más con la complicidad de funcionarios y distribuidores corruptos. El «bachaqueo» es una fuente ilegal de ingresos en medio de la voraz inflación. La mayoría de quienes madrugan a la fila lo hacen para acaparar, según Datanálisis.
El gobierno vincula esa actividad con una «guerra económica de la burguesía» y la penalizó con hasta cinco años de cárcel.
Denia, de 52 años, se justifica: con un salario mínimo de 33.636 bolívares «nadie vive». Esta cifra equivale a 54 dólares a tasa oficial. Pero para la escritora Thays Peñalver, el «bachaqueo» es la «explotación del pobre por el pobre».